Del mérito y la fama

La fama no es una señal inequívoca; puede haber fama sin mérito y mérito sin fama

Dice Schopenhauer que "la fama es el hermano inmortal del honor, que es perecedero". Esto es así para la fama verdadera, aquella que puede llamarse como tal, pues hay una pseudofama que es también efímera. El honor se le exige a cualquiera; la fama a nadie. El honor es un derecho de todos los individuos; la fama sólo de aquellos que son excepcionales. Los hechos y, sobre todo, las obras, son los que determinan la fama. Las obras geniales viven para siempre y determinan la inmortalidad de la fama para su autor. La fama es un fruto de lenta aparición y maduración, que muchas veces llega póstumamente. La fama en vida es algo poco frecuente y fruto, por lo general, del azar. Cuanto más duradera y por tanto verdadera es la fama, más tarda en aparecer. El motivo principal es la envidia, consustancial al género humano. Dice Séneca que "aunque la envidia les selle los labios a todos los que viven contigo, vendrán otros que te juzgarán sin ofensas ni halagos". Junto a la envidia, la incapacidad intelectual de los hombres les impide reconocer y valorar lo excelente. Un individuo que conquista la fama se eleva por encima de sus congéneres; el mérito conquista la fama a costa de achicar a aquellos que no lo tienen. Ello explica que la mediocridad superabundante "conspire y cierre filas para no dejar que la excelencia sea reconocida e, incluso, para asfixiarla en el momento mismo de su nacimiento". Incluso aquellos que poseen méritos propios ven con malos ojos la aparición de una nueva y verdadera fama. En otro orden, la fama se escaquea de aquellos que la persiguen y busca a los que la rehúyen. Esto es así porque los primeros buscan el reconocimiento de sus contemporáneos y los segundos lo desdeñan. Si la fama se llega a extinguir se debe a que no era verdadera; era inmerecida, fruto de una sobrevaloración momentánea y circunstancial. Por lo tanto, lo verdaderamente importante no es la fama sino aquello que hace merecerla. De lo que se deduce que la fama no una señal inequívoca; puede haber fama sin mérito y mérito sin fama. Al respecto dice Lessing que "algunas personas son famosas y otras merecen serlo". Ello nos lleva diferenciar entre la fama vulgar -aquella que tiene su cimiento en el reconocimiento del vulgo o de la mediocridad- y la fama verdadera. Y nos permite concluir que lo admirado tiene más valor que la admiración misma y que la dicha debe cimentarse no en la fama sino en aquello que permite alcanzarla.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios