La tapia del manicomio

Casi cuatro millones

En aquella época no se habían inventado internet ni la computación, todos tuvimos cartilla de racionamiento con nuestro nombre

Está todo el mundo temblando porque ya mismo los mileniales van a llegar a jubilados, y no se dan cuenta de que es mucho más grave que los que ya somos "jubileniales" formamos un tapón de padre y muy señor mío. Contando sólo los que tenemos entre setenta y setenta y nueve años, somos ya casi cuatro millones en España. Para empezar, ya mismo van a empezar a vacunarnos, según la autoridad competente. Dada la cantidad millonaria, en teoría debería ser muy complicado, pero no debe serlo tanto pues nos tienen censados desde los años cuarenta. En efecto, aunque en aquella época no se habían inventado internet ni la computación, todos tuvimos cartilla de racionamiento con nuestro nombre y apellidos, eso sí, escritos a mano. De ahí que nos deben tener controlados, por lo que la convocatoria debe ser sencilla.

Más de fondo es el problema que se plantea: qué hacer con toda esta tropa millonaria una vez vacunada. Si la vacuna nos proporciona una buena longevidad, a ver qué van a hacer los jóvenes para aguantar semejante peso durante veinte o treinta años adicionales. Con esa situación está garantizado que las pensiones tendrán que cerrar la tienda. Y ver de qué comemos, máxime cuando, a diferencia de las generaciones anteriores, estamos acostumbrados a no conformarnos con un cacho de pan y una morcilla. Después de haber visto que nuestros ancestros acumularon siglos y siglos de hambre, nuestra generación ha disfrutado mayoritariamente de una buena vida durante varias décadas, y a ver quién nos convence ahora de que tenemos que volver a las tortillas sin huevo ni patata, a las verduras cocidas y al queso americano. Decimos volver porque, aunque pocos años, aquella situación la vivimos ya gordicos, con edad suficiente para darnos cuenta de las cosas. En 1951 desaparecieron las cartillas de racionamiento y poco después empezó a llegar el antedicho queso y la leche en polvo también americana. El café siguió siendo de cebada mucho tiempo y el aceite de oliva era caqui en vez de verde y con más acidez que una digestión de tres platos de fabada. Quién se iba a pensar que habría café sin torrefacto, tocino y embutidos baratísimos, pan blanco sin tasa, aceite virgen extra o carne abundante…y hasta, en algún caso, vino de calidad, foie gras de verdad (no La Piara), chocolate sin algarrobas…¡incluso caviar iraní y champán francés en las fiestas! Y pensar que nos quedan un par de telediarios para que nos metan en el asilo…

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