De reojo

JOSÉ maRÍA REQUENA COMPANY

Entre morir o perder la vida

No es que sea un consuelo, pero sí nos da una dimensión fiable de la solvencia de la ciencia médica actual

Me apresto a acatar lealmente, las medidas que para la emergencia viral nos indican las autoridades sanitarias. Por duras o molestas que sean y aunque no resulte sencillo verificar si lo que disponen los políticos o se informa desde el barullo mediático se ajusta a lo que antes aconsejó el médico. Ni fácil distinguir entre la medida sanitaria útil, con que nos avisa el científico, de su posterior ejecución práctica, a menudo en forma de reacción extravagante o histérica, que se pontifica desde ciertas tribunas insustanciales en su irreprimible tendencia a magnificar riesgos a fuer de remachar, uno a uno, cada uno de los contagios e incidencias de una pandemia con la que, lo quieran o no, incrementan día a día los índices de audiencia o la estridencia de sus egos. Pandemias microbiológicas en el mundo ya sufrimos muchas, y muy terribles, porque los virus gustan de mutar y jodernos: está en su ADN. Y apenas recordamos hoy ?quizá por estar más protegidos farmacológicamente que nunca?, que, entre viruelas, malarias, gripes tifoideas o amarillas, finaron su vida en los últimos dos siglos, varios miles de millones de personas, hasta que las vacunas, la higiene pública y personal, la cloración del agua o el control de insectos, se revelaron como correctivos para sobrevivirlas o aliviarlas. No es que sea un consuelo, pero sí nos da una dimensión fiable de la solvencia de la ciencia médica actual. Así que desde el proclamado acatamiento estricto a lo que proceda, mantengo una saludable esperanza de que la gravedad final de la pandemia se quede en mera fanfarria vírica y no justifique las convulsivas crisis y secuelas económicas entre las que, los pescadores en río revuelto nos van expoliando a cuenta del bichito. Pero, sobre todo confío en que éste nunca llegue a cortocircuitarnos ni el sentido de la solidaridad con los afectados, ni a la ya de por sí maltrecha estabilidad socioemocional ante el miedo colectivo. Y que nuestro precario coraje sepa aguantar y negarse a suplantar la gestualidad afectiva, y tan humana, de darnos la mano, el abrazo o regalarnos el beso afable y la sonrisa cálida, como artes civilizatorias que consuelan y avivan el cariño, para transfigurarnos en seres asépticos y enmascarillados, castrados de toda semiótica anímica. Una dimensión de la pandemia que me costaría asumir, porque desde siempre tuve bastante claro lo que prefiero, entre morir o perder la vida.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios