La muerte de Andrezj

Que nadie, por invisible que sea, deje este mundo sin menoscabo de la irrenunciable dignidad que le corresponde como persona

Lo veíamos casi cada semana por el entorno de la Plaza del Museo, donde vivía, es un decir, entre mantas y cartones, al otro lado de ese muro invisible que trazan la miseria y el olvido por el que todos los días pasamos, pero muy pocas veces advertimos, y menos denunciamos. Era de Polonia, y de allí se trajo su alegre catolicismo de base que siempre guardaba en una sonrisa bonachona, y una cultura popular expresada en su gusto por la armónica (es sorprendente la cantidad de buenos músicos que nos habitan entre las personas sin hogar) y la realización de dibujos de colores vivos que con orgullo nos enseñaba.

De natural achacoso, costaba convencerlo para que acudiera a cualquier servicio médico o asistencial, y su dura vida en la calle ya le había dado algún aviso, que él sobrellevaba ayudado sobre todo por su buen carácter. La otra mañana tenía cita en el ambulatorio de Marqués de Paradas y, siguiendo el protocolo establecido, un voluntario del proyecto Levántate y Anda de la Parroquia de San Vicente se citó con él para acompañarlo. En el corto trayecto hasta la consulta, empezó a sentirse mal, cayendo desplomado en la calle Canalejas. En los brazos del abnegado voluntario y pese a los esfuerzos de éste por revivirlo, el rostro lívido de Andrezj anunció el tránsito a la otra vida, mucho mejor, seguro, que la que dejaba aquí, mientras nuestro párroco, recién avisado, le administraba los últimos sacramentos y allí mismo entonaban un último responso hasta que los servicios sociales trasladaban el cuerpo al tanatorio.

Casi al mismo tiempo, nos enteramos de la muerte en una concurrida calle de París de un afamado fotógrafo francés, de puro frío, entre un bosque de viandantes presurosos que ni siquiera perdieron un minuto en auxiliarle. Y no pudimos por menos que compararla con la de Andrezj, quien habiendo sufrido mucho más en vida, al menos murió asido a una mano amiga, de esas que todavía se rebelan cuando en misa resuenan en nuestra conciencia las palabras duras de Mateo 25 ("porque tuve hambre, y no me disteis de comer…"), y podemos imaginar su contento viendo aquellos mismos dibujos que nos enseñaba colocados en el altar su abarrotado funeral. Ahora que con tanta expresividad honramos la muerte de tantos conocidos, no estaría de más pedir que nadie, por invisible que sea, deje este mundo sin menoscabo de la irrenunciable dignidad que le corresponde como persona.

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