La muerte no es el final

Nos unimos con unción al dolor de los familiares desde nuestra franciscana humildad cristiana

Etúrgica de una de las devociones marianas más fervorosas de la Iglesia Católica y de multisecular tradición en España, la Virgen del Carmen en sus misterios gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos, patrona de las gentes de la mar, marineros y marinos, cuando las manecillas del vetusto reloj de la Corona marcó la hora tercia en la alborada pero eclipsada de negro ruan, en el Patio de Armas del Palacio Real de la capital del Reino de España, se llevó a puro y debido efecto un civilista funeral de Estado para elevar jaculatorias funerarias de pésame y condolencia, de respeto y consideración. Aunque al día de la fecha desconozcamos de forma fehaciente cuáles han sido el número de contagiados, secuelas sociales y, menos aún, el número de personas muertas víctimas de la pandemia sanitaria de la Covid - 19.

Es una realidad tangible, que lo que convivencialmente han sido estos últimos años, con algunas disociaciones, haya que alterarlo si o si, o, al menos, quebrar el arraigo de la fe tradicional, de la piedad religiosa, del catolicismo popular, evitando dar a las exequias un sentido transcendente, diferente al que se manifestó en una tenida circular con un sepulcral pebetero, para que el espíritu de la cristiandad hubiese impregnado en todas las almas y corazones, creyentes o no creyentes. Ya lo dijo el místico San Juan de la Cruz, al manifestar que si alguien se encontraba a disgusto en las cosas espirituales, o era muy perezoso o se hallaba en la noche oscura del alma.

Existe otra posibilidad, que se podría formular así en los tiempos del santo: no ha encontrado el libro espiritual apropiado. Pero esta dificultad se ha aumentado mucho en los tiempos actuales, incluso tras el confinamiento, cuya situación en la gobernanza política está haciendo todo lo posible e imposible por dejar de forma irrelevante y en el rescoldo de las tibiezas toda actitud espiritual consagrada, encapsulando no solo los sentires de los cristianos, sino incompresiblemente al mismísimo Dios.

Nos unimos con unción al dolor de los familiares desde nuestra franciscana humildad cristiana, que se encuentra abierta a toda la experiencia humana y conoce la dimensión de Dios como liberación y luz en el contexto de la situación actual del género humano, abrazándonos a todos los difuntos en su dispersión espacial, sabiendo que la muerte no es el final, al descansar ya en la ciudad de Dios, junto al Cristo de la Vida y la Esperanza.

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