La muerte vedada

Nuestros hospitales se han convertido en el lugar del esfuerzo profesional de la comunidad sanitaria

Estimados lectores del Diario de Almería, ante todo un afectuoso saludo de paz y bien. Cuando escribí este artículo en la madrugada del pascual sábado, con total desaliento no sabré sí lo visualizaré o no, ya que es tal el índice de fallecimientos, sea por coronavirus o no, que la certidumbre de la muerte es una crónica anunciada ante la fragilidad de nuestra vida, ajena a nuestro realismo o pesimismo existencial, convirtiéndose la muerte en un tomar conciencia de sí mismo, como una transgresión que arranca al ser humano de su vida cotidiana de una forma violenta y cruel. Abrumados y cansinos días y noches, hemos pasado de un neobarroquismo romántico de la muerte a una muerte vedada, difuminada por imperativo legal marxista, hasta hacerla desaparecer y convertirla en un agónico tabú literario, para evitar que la misma pueda encontrarse en la propia Naturaleza con la palabra "aquí yace" y no suplante a la gran turbación y emoción esta irrupción de la muerte en la plena felicidad de la vida epicúrea, puesto que la vida siempre debe ser dichosa, o debe siempre parecerlo. Nuestros hospitales se han convertido, no solo en centros médicos en donde curarse y luchar contra la muerte, sino el lugar privilegiado del último aliento y pérdida de la conciencia con la ayuda especial, esfuerzo profesional y el consuelo de la comunidad sanitaria y la dirección espiritual de los sacerdotes católicos para creyentes o no, alienándonos en esas aclamaciones realizadas todos los días en el ocaso del Sol con la contrición del corazón y la razón, convirtiéndose nuestras plazas y calles silenciosas, de hastío, tristeza, en el gran escenario de la muerte sin ritos funerarios, quebrándose la tradición cristiana para muchas almas cristianas y sus familiares. Una cultura urbanizadora dominada por la bienestar fácil, generalmente, ligado a las lucros, parece que sí o sí, hay que contribuir a la obligación social de evitar toda causa de tristeza, simulando siempre estar feliz incluso sí se ha tocado el techo del desamparo ante la pérdida de seres queridos en solitario, no pudiéndoles transmitir con un duelo, que el alma del difunto descanse en la eternidad del Paraíso. No podemos morirnos tan clandestinamente, a medio camino entre la resignación pasiva y la confianza ascética, quedándonos adormecidos sin poder besar la cruz aquella que forma parte de la enseña de la Patria, ante el Señor en su Divina Misericordia de Vida y Esperanza. Salud.

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