Algo se mueve con Goya

La cocina pictórica es exactamente la misma, el estilo inconfundible que no ha lugar a dudas

Acabo de ver en la web del Metropolitan de Nueva York que, por fin, se le devuelve la paternidad goyesca a la famosa pintura de la Corrida en plaza partida, pareja de la Procesión de la Colección Bührle de Zurich, ambas documentadas en el inventario de 1812, redactado tras la muerte de la esposa del pintor. En la ficha actualizada de la obra se reconoce que aunque "algunas autoridades" habían dudado de su autenticidad, su extraordinaria calidad y la riqueza de tratamiento en los personajes obligan a devolverlo a Goya. Ya era hora. Este gesto asesta un duro golpe a las pretensiones del dúo Wilson-Mena, que no entiende el Goya más privado, personal y exploratorio, el Goya informalista de las grandes superficies de pintura extendidas con espátula, pese a los testimonios directos del hijo y nieto del pintor, que presenciaron en directo estas búsquedas expresivas. Wilson-Mena llevan décadas cuestionando decenas de pinturas auténticas e intentando convencer a las instituciones para que las descataloguen como goyas. En algunas ocasiones lo han conseguido, haciendo un daño evidente al corpus de la obra goyesca por afectar a obras de una extraordinaria calidad, algunas imprescindibles para entender al Goya más personal, especialmente al paisajista inventor, romántico e informalista, que bucea en el concepto de lo sublime. Me refiero a cuadros como El Coloso del Prado, El Globo del museo de Agen, La Cucaña del museo de Berlín, El Incendio del museo de Buenos Aires, La Carnavalada del Pushkin de Moscú o, incluso, La Fortaleza sobre una roca también del Metropolitan. En todos ellos se desarrolla una técnica que aparece parcialmente ya en obras públicas del mismo periodo. Basta ver el fondo de Los Fusilamientos del Prado, donde en las edificaciones y el cerro la pintura ha sido extendida con espátula en gran parte de su superficie. La cocina pictórica es exactamente la misma, el estilo inconfundible que no ha lugar a dudas. El verdadero Goya solo confunde a ojos poco adiestrados; su pincelada, su gesto, especialmente en esta época, son evidentísimos. Hace falta una gran exposición donde puedan analizarse y ver juntas todas estas obras. El momento es propicio, por tanto, para que el Prado rectifique y abra un tiempo nuevo en los estudios goyescos, se levante el veto al medio centenar -al menos- de obras afectadas por las teorías arbitrarias de Wilson-Mena y se arregle el desaguisado del Coloso, colocando las cosas en su sitio.

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