Cuando nadie nos ve

Nuestra luz interior alumbra los rincones que sombreamos cuando recibimos visitas

La tarde era soleada y ventosa. Gozaba, como única compañía, de una gaviota que jugaba con el viento de poniente y disfrutaba haciendo su mejor truco: levitaba en el aire hasta que, un instante después, la gravedad parecía acordarse de ella y caía a plomo entre el bravo oleaje. Mirando un lejano barco no puedo evitar el emotivo recuerdo y se echó a llorar. No lejos de allí otra persona paseaba ensimismada en su propia conversación. Tendría que haberle dicho cuatro cosas, pensó de forma airada. Y así, a solas, lanzó su íntima perorata. Cuando nadie nos ve mostramos nuestros sentimientos más íntimos, ponemos palabras a ideas que en público no somos capaces de expresar y resultamos, a la postre, la versión más certera de nosotros mismos. En ausencia de espectadores igualmente aparecen nuestros fallos más groseros. ¿Recogemos ese papel sin que nadie nos recrimine con su mirada? ¿Usamos un baño público con el mismo cuidado que el nuestro?

Resulta complejo sintetizar todos los mecanismos que intervienen en nuestro comportamiento como animales sociales en contraposición al ser y estar en nuestro íntimo mundo. Factores como la deseabilidad social, el temor a las consecuencias o nuestros mecanismos de defensa influyen en que públicamente nos comportemos como lo hacemos.

Pero hoy quisiera sugerirles que sus pensamientos viajen a ese momento en que están solos. Es ese instante en que las barreras se desvanecen y todo es posible, desde el pensamiento más triste al proyecto más estimulante. Ese momento en que hacemos lo que verdaderamente deseamos y gritamos lo que en otras circunstancias no nos atrevemos ni a susurrar. ¿Respetamos las normas o las tememos? ¿Construimos nuestro mundo o nos plegamos al que nos rodea? La autenticidad del ser humano emerge cuando se enfrenta a la soledad honesta. La solidez de nuestros cimientos la comprobaremos no tanto con el terremoto ajeno si no ante nuestro personal cimbreo. Nuestra luz interior alumbra los rincones que sombreamos cuando recibimos visitas.

Cuando todos se hayan ido, seguiremos con nosotros mismos. Si, al contrario, es usted quien los ha echado de su lado siempre le quedará un último compañero al que soportar.

En el templo de Apolo reza una sugerencia milenaria: "conócete a ti mismo". Mirarnos cuando nadie nos ve puede resultar una buena manera de comenzar. Sonreír cuando nadie nos mire puede ser una dulce forma de terminar.

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