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La imagen. / Juan Antonio Muñoz Muñoz

No pocas veces, se erigen monumentos en memoria o reconocimiento de quienes no parecen merecerlo, siquiera sea por una comparación relativa. Esto es, teniendo en cuenta que otras personas o méritos lo merecerían en mayor medida. Julián Marías, cuya pérdida, de hace años, se acompaña de la muy reciente de su hijo Javier –ambos quedarán preservados, por sus excelsas páginas, de la segunda muerte que ocasiona el olvido–, solía decir que los atributos de la fama resultaban improcedentes por su desacierto. En definitiva, por atribuir brillo social a los que, además de no merecerlo, debía ser evitado. Cuestión pareja es la de confundir los más conformes reconocimientos con las inoportunas resoluciones del presentismo, de forma que la memoria histórica proceda con interpretaciones, no ya solo a destiempo, sino improcedentes. Asimismo, suele importar, además del nombre, el lugar de las cosas, a fin de que estas destaquen o se escondan. Por eso este monumento a la uva es especialmente oportuno, ya que reconoce la sencilla importancia de lo primario y el sitio que mejor corresponde al homenaje. La naturalidad del propósito, en fin, como más sensata, conveniente y justificada razón del ensalzamiento.

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