Del negocio, al ocio

Que ahora aprovecharé la canícula en ciernes para abandonar el negocio columnero

El ocio no era para los romanos el mero des/canso o des/ocupación con que lo identificamos nosotros, sino que tenía un significante añadido de señorío cronologista, de dominio del propio tiempo, desembarazado y libre de vinculación alguna ni al dinero, ni al trabajo. Lo contrario, la negación del ocio, o sea el neg/ocio, (el nec/otium, el no/ocio, la ocupación), era su reverso ocasional puesto que, en la cultura romana, el negocio aludía a la vulgaridad de tener que «ganarse la vida», una carga, como decía Cicerón, reservada a la esclavitud, porque, en la rutina social, solo los esclavos trabajaban. El ciudadano romano, por el contrario, gustaba ociar entre el deporte, el juego, la caza y cualquier actividad que no se asociara a recompensas lucrativas ni conllevara obligaciones. Una actitud no siempre dependiente tanto de disponer de rentas o patrimonio suficiente, sino, ante todo, por una filosofía vital de auto realización, una forma de entender y afrontar la vida y de proyectar las vivencias vitales de cada cual. Una filosofía que hoy traigo a colación para rebatir ese fastidioso mito de que el neg/ocio de escribir columnas sea una forma insuperable de proyección y auto realización mientras que la apatía escribidora, empobrece y debilita el talento, al punto de que, dejar de escribir un par de meses al año, o incluso toda la vida (o más), bien pudiera derivar en severo quebranto intelectivo o agria depresión anímica. Un mito falsario del calvinismo que le oí a cierto amigo, director de periódico, cuando le anuncié que hasta aquí llegué esta temporada: que dejo de opinar y compartir dudas y lecturas con el lector que no tenga algo mejor que hacer, el pobre, que honrarme con su atención. Y que, en septiembre, pues que ya veré cómo cursa la vida y el ánimo. Que ahora aprovecharé la canícula en ciernes para abandonar el neg/ocio columnero y regodear la soberanía de mi tiempo y mis sentidos en la contemplación especulativa del mundo, en el saciante gozo del retozar con mis nietos y en el plácido disfrute de la belleza descuidada que nos regala la naturaleza. O para reflexionar por qué razón los astutos griegos parieron las palabras ocio y escuela, sobre una misma raíz semántica, lo que suena más a alguna suerte de causalidad que a mera casualidad. Puede que, en el futuro, tenga ocasión de compartírselo. Mientras tanto, hasta septiembre o, por si acaso, hasta siempre.

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