Por diferentes motivos tiene el primer fin de semana de noviembre y hasta bien entrada el final de la primera quincena algo especial que, los convierte en uno de los más tradicionales del año. La tradición de visitar el cementerio especialmente en este mes y ver los nichos y tumbas invita a la reflexión sobre la muerte, que es el segundo hecho más trascendente de la vida. Las altas tapias que generalmente separan el mundo de los vivos del de los difuntos ocultan tras sus lindes historias románticas y trágicas, existencias pretéritas de personas que se apasionaron por algo, que amaron y odiaron. Acceder a un cementerio significa para muchos, tristeza, mientras que para otros, ver a sus seres queridos y pasear por sus calles les supone tranquilidad y sosiego. No falta quienes temen sus calles desiertas cualquier día del año excepto estos días y escuchar el silencio. Éste silencio habitual se quiebra. No hay estridencias, pero no es ni esa paz y ni ese sosiego envueltos en misterio que le son inherentes al lugar. "Si se pierde el silencio, sobrevive el ruido que es el infierno del poeta".

Con ese silencio subo a la zona casi fantasmagórica de panteones, ubicada al fondo de la entrada principal; y cual es mi sorpresa del abandono e inmundicias que me encuentro al paso. Uno tras otro. No hay uno solo que no tenga desperfectos y casi todos abiertos por la caída de la puerta o entrada principal, con mucha suciedad y abandono. Es incomprensible que una zona donde se supone descansan almas y las familias han querido tener su propio enterramiento estén tan deterioradas y olvidadas. Aunque sean de propiedad privada si desde el Consistorio no se pone "orden y concierto" y se regula y reglamenta esa zona, conforme pase el tiempo, que ese sí es inexorable, estarán caídos y destrozados por los desaprensivos, por la intemperie, por el abandono sistemático de las familias y herederos y la poca sensibilidad del responsable del cementerio de nuestro Ayuntamiento. No puedo entender que cada cementerio sea un legado de historias de familias, un inventario de más o menos construcciones algo tenebrosas y esté tan olvidado, desordenado y vilipendiado por no tener nuestro Ayuntamiento el más mínimo interés por adecentar la última morada de personas de Almería que cerraron sus ojos para siempre y su boca para no hablar jamás. Descansen en paz sus moradores.

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