Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La nueva anormalidad

Entre la anterior normalidad y la llamada Nueva Normalidad, asistimos a anormalidades, a rasgos sociales sometidos al estrés, a lo incierto y a la provisionalidad que conlleva todo cambio. Esto es propio de la crisis, palabra de origen griego que significa algo así como "separación", o sea, tránsito de un estado de cosas entre un antes distinto de su después. Aunque ya vemos que las cabras humanas tiramos al monte de la costumbre, y nuestro natural es volver a comportarnos como hace tres meses (y tres décadas), en esta guerra que nos declaró un ejército invisible y creado por nuestros excesos y la naturaleza hay un momento de separación y puede que de cambio esencial de época que, en el caso de España, estamos viviendo justo ahora. Las oficinas, los bares y la tiendas no se rigen por los códigos hasta ahora vigentes, y la asepsia exigida tiene algo de sucio. De vuelta a la comunidad, los paisanos sí son los de siempre, sólo que los mayores se ven menos por las calles, aunque se puede observar que cada día parece haber una mayor presencia de viejos y, sobre todo, viejas por las calles, de paseo (ellas son más en número en esas edades, es sólo eso).

El Parlamento no es el Parlamento. Está semivacío, y los debates tienen un plus de combate de boxeo y un menos de aplausos de supporters y palmeros, tan cargantes y desalentadores. El combate de esta semana entre Cayetana Álvarez y Pablo Iglesias tiene el morbo de dos jóvenes ya maduros, soberbios e incompatibles con la condición de perdedores y, sobre todo, de segundones. Estos son los bueyes con los que aramos, y sus cornadas argumentales en forma de "Señora Marquesa" e hijo de "terrorista" nos mueven, ya decimos, al desaliento: ese hemiciclo despoblado se da las trazas de un ring de kick-boxing. Y de inútil y fatal vanidad. Uno, futbolero, está deseando ver a un once contra once en un coliseo de 40.000 asientos vacíos, escuchando los gritos y su eco: "Al que viene de cara, joder", "Mía", "Déjala". Eso sí que es un cambio de paradigma.

Los ceses y las posteriores dimisiones en el alto mando de la Guardia Civil inquietan más que los estadios hechos inmensos patios de colegio. Si inexplicable era la presencia de los uniformes en los partes diarios de la primera fase de la pandemia (¿hubiera la izquierda aceptado esa puesta en escena?), más inexplicable resulta que un intercambio de estampitas con el independentismo haya propiciado esta crisis entre el poder ejecutivo -con su brazo armado--, el legislativo condenado al decreto y, lo peor, el judicial. Una anormalidad. Preocupante.

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