La nueva hipocresía

La cultura actual se ha sacralizado y está generando multitudes de demandantes de trascendencia

Son tantos los críticos políticos y sociales que tal vez vaya siendo hora de dirigir la mirada a otro contexto, uno incuestionable del que no se dicen las cosas. Y cuando digo incuestionable lo digo por eso de la trascendencia. Decía Gustavo Bueno que en nuestro mundo laico la necesidad de trascendencia, que no deja de ser una necesidad humana, ha migrado de la religión a otros lugares como la cultura. Esto ya lo hemos dicho en otras ocasiones, pero la cultura representa para el escéptico, el agnóstico, el descreído, y laico en definitiva, el lugar al que dirigir tal necesidad de elevarse místicamente, o ascéticamente, hacia algún demiurgo , tal como constructo cultural, que a pesar de su temporalidad sustituye a dios, en nuestro caso a Dios. Y con el demiurgo nos referimos a lo sublime, o los sublimes en todas las áreas del saber, aunque yo me refiero a la cultura de los culturetas en concreto. Pues eso: que el deseo de trascendencia y el anhelo de inmortalidad (que están unidos) tienen en la cultura un nuevo destino. No obstante tamaña ambición tiene una consecuencia: la trascendencia también va ligada a la supervivencia por lo que el acceso al nuevo demiurgo está lleno de luchas internas tal como en la religión. Por eso esta cultura de los culturetas está llena de hipocresía, de medios que se compran, de falsas apariencias, de blanqueo de capitales en ciertos fondos, de elitismo, de indulgencias. Tenía razón Valle Inclán, en "Luces de Bohemia" cuando dijo que en este país no se premia el merito y la capacidad sino al pillo y al inmoral. No hay así valores éticos entre los culturetas sino odios y recelos, egos. Tal vez, y al igual que en la política, la cultura ha adoptado las estructuras del cristianismo ya que declara la existencia de una tierra prometida sin contar que hay un infierno lleno de culpa, miedo y jerarquía social. La idea de una cultura bucólica, idealista, grecolatina, ya no existe y en su lugar tenemos una cultura de masas convertida en religión. Tampoco hay institución alguna que actúe (en la práctica) como mediador para controlar las derivas. No la hay. Por eso la cultura es tierra de nadie y algo así como un Far West moral donde las pistolas se disparan por un puñado de dólares, por la chica rubia o por la placa del Sheriff. No hay ningún Jinete Pálido (Clint Eastwood) que venga a poner a cada uno en su sitio.

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