Para los nostálgicos de la historia, hubo una Ruta de la Seda que era una red de rutas comerciales entre Asia y Europa, que debe su nombre a un geógrafo alemán, Ferdinand F. von Richthofen, que lo utilizó por primera vez en 1877. Estas rutas atravesaban montañas, valles y desiertos; su utilización comenzó hace más de 2000 años por los persas, después por los romanos y se mantuvo activa durante muchos siglos. Como todo en esta vida, tuvo una etapa de gran auge y posteriormente su interés fue decayendo, cuando se abrieron nuevas rutas marítimas y el imperio otomano se hizo con el control de toda la franja del Mediterráneo, que era el punto de llegada para acceder a Europa.

Fue una vía por la que transitó el comercio, cultura, religión y tecnología; por esta ruta viajaron el papel y las primeras técnicas para su manufactura e impresión, la pólvora, la brújula, etc.; en lo que podríamos definir como el comienzo de la globalización. Este intercambio tuvo su influencia en aspectos como la educación y la cartografía, y facilitó el cambio de la oscura edad media al renacimiento y a la edad moderna.

La historia de la ruta de la seda es apasionante, pero hay una traslación al mundo actual en la definida como Nueva Ruta de la Seda. Su origen podríamos situarlo en el proyecto conjunto de la UNESCO y la Organización Mundial del Turismo, que en 1994 firmaron la Declaración de Samarcanda sobre el Turismo de la Ruta de la Seda. Su objetivo era recuperar las rutas históricas con fines turísticos y culturales y favorecer el desarrollo en los países de Asia Central.

China se unió a este proyecto en 2011 y poco tiempo después, en 2013, impulsaba la que denominó "Belt and Road Initiative", a la que llamó también Nueva Ruta de la Seda, pero en este caso mucho más ambiciosa y con el objetivo de desarrollar infraestructuras para el intercambio comercial entre Asia, Europa, África y América Latina.

Sin dejar de lado las iniciativas de otras organizaciones, con objetivos concretos, pero más localizados geográficamente, la idea china es establecer unos canales de comunicación que favorezcan el tránsito de sus productos, de los que dependen muchas empresas del resto del mundo, y también crear una dependencia en los países que se conviertan en puntos focales de ese comercio al financiar la construcción de gran parte de las infraestructuras necesarias.

Los primeros pasos ya se han dado y las inversiones chinas en puertos como El Pireo en Grecia, Djibuti en el cuerno de África y otros muchos (la lista es muy larga) van en esa dirección. La crisis del coronavirus ha frenado algo este proceso, pero a la vez ha generado graves daños a las economías de muchos países, haciéndolos un objetivo fácil para la estrategia china, al estar más necesitados de su ayuda.

Algunos expertos son muy críticos con esta forma de actuar, que denominan diplomacia de la deuda-trampa, porque genera deuda externa y dependencia de China en los países en los que invierten, que pueden generar desequilibrios o falta de autonomía a la hora de actuar. Hay países como India y Japón que se oponen a esta iniciativa y a que China siga ganando en influencia en el mundo; se refieren a ella como un nuevo imperialismo que se aprovecha de los países más pobres.

El transporte por vía marítima es la columna vertebral de la economía global y es responsable del 90% del comercio mundial. En España es el medio que se utiliza para el transporte de la mayoría de los productos chinos que consumimos. La vía terrestre tiene su referente en Europa donde la antigua ciudad minera de Duisburgo (Alemania) es el principal punto de llegada de trenes desde China (una media de 50 semanales), que tardan 16 días en el trayecto y transportan material muy diverso que posteriormente se distribuye a otros países europeos.

Este es otro partido que se está jugando en el terreno de juego que es el mundo donde, como vemos, hay jugadores con distintas estrategias e intereses. Salvo que estemos muy interesados, no solemos acceder a informaciones sobre este asunto, pero eso no quiere decir que no esté ocurriendo y que no nos vaya a afectar, de una forma u otra, en el futuro. El mundo en el que vivimos es así.

Juan José García. Experto en Inteligencia Económica y Competitiva.

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