La revolución tecnológica lleva a la voluntad del hombre a someterse a una voluntad superior, sujeta a las leyes y a los criterios de los software y las redes sociales. Digamos que la deidad, aquella casualidad que nos hacía diferenciarnos del resto de los seres vivos, se ha desplazado y ha sido atribuida a una supra-entidad capaz de controlar los procesos y la génesis de la razón del ser humano.

En un acertado ensayo escrito por Justo Navarro nos explica cómo el ser humano es víctima de nuevos modelos de aprendizaje que se gestan a través de los videojuegos y consolas. Sin darnos cuenta, hemos pasado a cuestionar la razón como máxima expresión de la divinidad humana, a cederle el espacio a los procesos que de ella emanan, como resultado absoluto de la perfección y la belleza. Siendo el ser humano origen y génesis del milagro.

Pero no solo la razón del ser humano ha sido desplazada, sino que también el concepto de proletariado se ha transformado y se ha mecanizado. Las grandes estructuras tecnológicas han dejado a un lado al hombre y son ahora ellas las que se pliegan a los medios de producción, transformándose en la mano de obra ipso facto, relegando al ser humano en la cadena de producción.

Este hecho nos puede ofrecer quizás el final que puede deparar al hombre y a la mujer de las próximas décadas. El conocimiento como herramienta, como proceso de transmisión cultural y de ideas prescinden de ellas, quedando en un segundo plano. El ser humano como objeto o fin queda apartado. Quizás, uno de los elementos constitutivos de la identidad de esa masa social que poco a poco pasa a tener otra prioridad es la educación y la formación humana del individuo. Tomando como referencia ese hecho, sólo queda ver cómo el sistema va dinamitando para su beneficio propio lo poco que queda de esas estructuras. El propio hombre inicia su autodestrucción -como si alguna vez hubiese terminado- y se encamina hacia un espacio de incertidumbre. Aunque lo que es sabido por todos es que los medios de producción obedecerán al mismo amo, a los mismos que se han preocupado que el sistema no cambie, que todo siga igual. Quizás debería de reorientar al demiurgo, como asevera Pablo Torres en su última novela "La cuneta" y empezar a atisbar cómo queremos que sea la sociedad futura, si nos dejan.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios