El ya exnuncio apostólico en España, Renzo Fratini, no ha tenido otra ocurrencia que la de explayarse en el descuento de su mandato. Afirmó Fratini que el proyecto de exhumación de los restos de Franco ha conseguido resucitarlo. A su juicio, "se le ha enaltecido mucho más después de que se anunciara esto". Era preferible, añadió, dejarlo en paz "porque no ayuda a vivir mejor recordar algo que provocó una guerra civil". Y, para concluir, denunció la existencia en tal iniciativa de "motivos políticos e ideológicos" que persiguen dividir de nuevo a la sociedad española.

Sin entrar en lo dicho, para mí tengo que el diplomático se olvidó de las obligaciones de su oficio. Con sus palabras, desde luego inoportunas, ha colocado a la Santa Sede en una posición difícil. Deberán ahora reconstruirse puentes que aseguren y adveren la proclamada neutralidad que El Vaticano ha manifestado reiteradamente en este asunto. Su arrebato de sinceridad, virtud contraindicada en las embajadas, tensa unas relaciones verdaderamente complejas, obstaculiza el hallazgo de soluciones aceptables y, paradójicamente, agudiza el problema que el propio Fratini pretendía, supongo que de buena fe, encauzar. Al nuncio le sobró franqueza -tómense el término como quieran- y le faltó la proverbial finura de su bimilenaria representada.

No mucho más feliz ha sido la reacción de nuestra vicepresidenta en funciones. Desde su perspectiva, se comprende el enfado. Pero de ahí a retomar el viejo mantra socialista de revisar la fiscalidad de la Iglesia hay un trecho que Calvo no debió recorrer. Esa amenaza es impropia de un Estado democrático, en el que las cargas tributarias no constituyen nunca un premio o un castigo con el que se obsequia o se fulmina. Por otra parte, las normas son claras: en el caso del IBI, por ejemplo, están exentas las entidades sin fines lucrativos. La Iglesia católica entre ellas, aunque también los sindicatos, las fundaciones, las ONG o el resto de las confesiones religiosas. ¿Pretende Calvo hacer una excepción sólo con las entidades eclesiales? ¿Le llevaría su anticlericalismo a desoír principios básicos de nuestra legislación? Me malicio que no y que, como a Fratini, el calentón le pudo a la lógica.

En este país de locos nadie parece saber estar en su sitio. Ambos, Renzo y Carmen, se han equivocado. Y bueno sería que sus respectivas jefaturas, para recuperar una respirable sensatez, empezaran por reconocerlo.

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