Un oasis decadente

Don Jordi siempre fue muy propenso a la cita bíblica y a la fuerza sintética de sus parábolas

En un homenaje reciente, don Jordi Pujol se puso lírico evocando una vieja fábula de su juventud, en la que un niño abandona su oasis -un oasis destinado a la consunción- y marcha en busca de un oasis mejor, a través del vasto arenal del desierto. Al final, el niño fracasa en el intento, pero queda la trocha abierta, quedan las huellas del mozo intrépido y soñador, que habrán de seguir quienes quieran salvarse del "oasis decadente" en el que viven. Naturalmente, ese niño soñador y fallido es el propio señor Pujol, que sin embargo ha dejado sus huellas en Andorra, camino de otros paraísos. En cuanto al oasis decadente -y el futuro vergel, aún no encontrado-, sobra decir que se tratan de España y Cataluña, la una como palmeral ajado, y la otra como un agua fresca, verde entre lo verde, brotando bajo el cielo infinito de la Arabia Felix.

Hay que decir, no obstante, que don Jordi siempre fue muy propenso a la cita bíblica y a la fuerza sintética de sus parábolas. De ahí que, ya desde mocito, se postulara como nuevo Moisés, huyendo del yugo egipcio-español y guiando a su pueblo hacia la Tierra Prometida. Es probable, sin embargo, que en el camino perezca el propio guía (como en el caso de Moisés y en la fábula de don Jordi); pero el asunto es ponerse en marcha. El asunto, en fin, es buscar un nuevo oasis, a pesar de que dicho oasis, mezcla de Paraíso Original y feria de coros y danzas, quizá no exista. Esto explicaría, por sí mismo, la vocación autolesiva, el sino apocalíptico del catalanismo. Pero esto explica, también, el fallo doctrinal de don Pedro Sánchez en su discurso -por otra parte irreprochable- en Oxford. Por mucha reforma constitucional que don Pedro prometa; por grande que sea la descentralización que ahí se les ofrezca, don Pedro nunca dejará de ser un emisario del oasis decadente. Y en consecuencia, el nacionalismo seguirá haciendo lo que desea: esto es, utilizar las competencias transferidas, no tanto para la mejora de sus ciudadanos -ya sabemos que ciudadanía y nacionalismo son incompatibles-, como para la destrucción del Estado que les da cobijo.

Repito que don Jordi, abrumado por su destino manifiesto de Guía del Pueblo (es la vieja retórica necia y maléfica de Ein Volk, ein Reich, ein Führer), tuvo que hacerse con unos capitales por si llegaba el exilio. Pero mientras llega y no, don Jordi se muestra satisfecho de sus logros: a la rotura de una sociedad, le sigue la jibarización del ciudadano, devenido falso lugareño. Un verdadero oasis.

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