Puta, ramera, prostituta, cortesana, meretriz… Estrictamente, no es la profesión (ni la esclavitud) más antigua de la historia pero sí la que de forma más controvertida, con más tabúes e hipocresía y de forma más insistente ha acompañado al ser humano desde las lujuriosas bacanales de la antigua Roma.
El título de este artículo no es ninguna provocación; lo tomo prestado de una de las numerosas publicaciones científicas que reflexionan, analizan y ponen cifras al oficio del sexo. Con absoluta normalidad y con limitado eco social… Porque hablar del sexo nos sigue costando: aunque 4 de cada 10 hombres reconozcan haber pagado en alguna ocasión, haya unos 1.600 burdeles (legales) distribuidos por toda la geografía española, hablemos de un colectivo de más de 100.000 prostitutas y estemos ante un sector económico que mueve cerca de 10 millones de euros al día en nuestro país.
El programa Tanto x ciento emitió hace un año un monográfico en el que dibujaba con cifras sus múltiples caretas y ponía rostro al oficio de las putas; ese que se reduce a escándalos de papel couché cuando se acerca al dinero y al poder (del bunga bunga de Berlusconi a las explosivas fiestas mafiosas de Trump); se criminaliza en las ciudades cuando las (puritanas) ordenanzas de la convivencia persiguen a quienes venden su cuerpo pero perdonan a quienes lo compran; y nos sume en la confusión cuando aplicamos esa doble moral de "feminismo burgués" que se pierde buscando los límites entre la libertad de la mujer y el mercado negro que mueven las redes de tráfico de personas.
El sexo tiene siempre un trasfondo de tensión: ¿un derecho de la mujer o una consecuencia de la pobreza, el abuso y la explotación? La creación en España del primer sindicato de prostitutas (la Organización de Trabajadoras Sexuales que se ha constituido en Cataluña) ha vuelto a saltar las alarmas pero llevando el tema a una absurda cuestión burocrática y haciendo que el Ejecutivo de Pedro Sánchez -salvo que aquí también se atreva a rectificar- pierda la oportunidad de demostrar para qué sirve que haya una mayoría de ministras... Y podríamos empezar por el principio: asumiendo que atacar al sindicato y prohibir los anuncios en los periódicos no son más que parches si España no es capaz de afrontar de verdad el problema legalizando la prostitución, persiguiendo a las mafias, ayudando a las mujeres que realmente son esclavas del sexo y cerrando los clubs de alterne que las explotan. Nada de esto se puede hacer si nos conformamos con un Gobierno de feminismo acomplejado, políticamente correcto y de salón.
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