Sin oficios ni beneficios

La certeza que nos ofrece hoy la tecnología es que modificará en pocos lustros más de la mitad de los empleos

Produce cierto vértigo adentrarse, siquiera iniciáticamente informado, en el curso de los avances tecnológicos, aventurándose a vislumbrar la incidencia disruptiva que la inteligencia artificial va a generar en nuestra sociedad y en la vida de los ciudadanos. Además, no dentro de varias décadas, sino en unos pocos años. Imaginar qué va a ser de muchos de los oficios que hasta ahora han conformado un entramado de roles colectivos que permitían ganarse la vida, desarrollar vocaciones y no poca solidaridad entre las profesiones tradicionales, es un ejercicio que puede llevarnos fácilmente a la turbación ante la magnitud de la adaptación que requerirá, sin descartar que, a más de uno, lo hunda en la depresión. Como suele suceder, por lo demás, cuando el futuro es confuso. Y hoy la única certeza que nos ofrece, es que modificará en pocos lustros más de la mitad de los empleos, entre extravagancias como una abogacía virtual, que aplicará a cada casuística justiciera, unas leyes tal vez encriptadas en algoritmos que descodificará un juez digital, sin riesgos de operar entre alteración de humores o ideologías propias de los magistrados humanos. O un vademécum informatizado para resolver cualquier incidencia patológica, incluyendo, cómo no, analíticas inmediatas y personalizadas desde el singular ADN de cada cual. O fantasiosos programas musicales que compongan sinfonías o melodías pop, a golpe de tic y con solo preseleccionar el gusto de cada cual, si es que el gusto persistiera y sirviera aún para algo; o que redactará novelas, cuentos o poesías con los argumentos favoritos y la extensión requerida al rato disponible, con una exquisitez acaso insuperable para cualquier mortal posmoderno. De la prensa digital, ni hablo, porque no es que se imagine, es que está aquí ya.

Aunque el melodrama real no será que desparezcan los oficios, sino la secuela que ello tendrá en los beneficios con los que alimentarse, vestirse, pagar impuestos y demás caprichos que precisan las criaturas para subsistir en una sociedad civilizada, en la que la mayoría de vecinos no tendrá ocasión ni de reciclarse ni de reinventarse. En suma: ¿vamos hacia esa sociedad del ocio activo que vaticinaban los filósofos del S.XX (por todos, el lúcido B. Russell), en la que habrá que repartirse el poco trabajo y los muchos recursos que exige un ocio inteligente? Retomar el debate parece no ya ineludible, sino urgente.

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