Utopías posibles

Con ojos de 16

Esta pandemia ha hecho que el profesorado y los jóvenes aprendamos a leer las miradas

Recordemos en qué pensábamos a los dieciséis años. La vida era eso que discurría entre el viernes y el domingo. Solo pensábamos en dos cosas: salir y estar con amistades. Nada más. Nos comíamos el tiempo a bocados, nos llamábamos constantemente, quedábamos, pasábamos por la casa de nuestros amigos y amigas para charlar, para tomar algo, pasear, estar en el banco de un parque, salir de fiesta (cuando nos dejaban), fijarnos en aquel chico o aquella chica, abrir nuestro círculo cada vez más… La vida era eso. La adolescencia es esa etapa en que las personas, para formar nuestra propia personalidad adulta, nuestra independencia y autonomía, necesitamos despegarnos de la familia, sentir que hay todo un universo en la calle, mil lugares a los que ir y donde hacer mil cosas por uno mismo, siempre rodeado de amistades.

Justo es eso lo que ahora y desde hace un año no pueden hacer. La grandísima mayoría de los chicos y chicas de esa edad solo van al instituto y vuelven a casa. Así un día tras otro. No pueden ni siquiera ir al pueblo de sus padres, o programar una nueva aventura con sus amigos. Encima, sin derecho a quejarse, porque lo primero y más importante es mantener la salud. Por si esto fuera poco, tienen que aguantar comentarios constantes sobre "la que está liando la juventud", "los jóvenes no respetan nada", etc. Me niego en rotundo a admitir esto, porque no veo más jóvenes haciendo las cosas mal, que mayores haciéndolo. Las cenas de navidad no las organizaron los jóvenes. No son mejor ni peor que los adultos. Son simplemente humanos.

Esta pandemia ha hecho que el profesorado y los jóvenes aprendamos a leer las miradas. No contamos con la sonrisa, ni con el gesto… ni siquiera nos conocemos, muchas veces, no sabemos cómo es nuestra cara. Esto nos ha obligado a ser mucho más sensibles hacia el tono de voz y sobre todo a mirarnos mucho más fijamente a los ojos. A diario vemos ojos tristes, ojerosos, miradas difíciles de traspasar porque nos falta el gesto, voces débiles y apagadas por la mascarilla. Algunos de ellos terminarán sus estudios este año y ni siquiera seremos capaces de reconocernos por la calle, cuando todo pase. Un año, dos, tres, no son nada para los adultos. Estos jóvenes, sin embargo, siempre sentirán que no vivieron lo que correspondía a su edad y les quedará el aprendizaje de que "como nos taparon las sonrisas, aprendimos a leer las miradas".

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