Valdrá la pena
Olor a humo, castañas asadas y primeros fríos
El clima ha cambiado para bien en la última borrasca. Aún quedan charcos aislados que reflejan el invierno que ha llegado
La mañana amaneció fría. Los primeros rayos de sol no lograban atemperar las bajas temperaturas en el interior de la provincia. La sierra, vestida de blanco, aunque sólo en la cumbre, inaugura la temporada de chimeneas y castañas asadas. El veroño se aleja en la misma medida que la escarcha hiela las atrevidas hierbas que desafían al frío. Una cabra montesa, a lo lejos, las busca como un manjar gourmet digno de un restaurante tres estrellas.
Las calles se vacían. Los niños corren adheridos camino del autobús escolar. Las bufandas y los gorros sólo dejan ver los ojos. Mientras, las madres se afanan en tapar cualquier resquicio por el que el frío penetre. Los resfriados y la gripe acechan en cada esquina y tratan de evitarla a costa de lo que sea. María se ha levantado destemplada. Aún no tiene tos, aunque en sus ojos vidriosos ya se atisban los síntomas de fiebre. Su madre la anima a acudir al colegio, pero antes ha buscado la solución milagrosa del Apiretal y de alguno de los analgésicos que no curan, pero que enmascaran los síntomas de un catarro seguro y tratan de alejar la temida gripe.
Su padre se ha quedado en casa preparando el tractor con el que se dirige al campo. La lluvia otoñal deja la tierra en las mejores condiciones para ararla. La mañana no se presta mucho a ello, pero nunca se sabe cuando volverá a llover.
La humedad se percibe en cada esquina, en cada rincón. Incluso se puede ver moho en lugares en los que hacía años que eran pasto del polvo, las arañas y los hormigueros de ocasión.
El clima ha cambiado para bien en la última borrasca. Quedan charcos aislados que reflejan un invierno que ha llegado, esperan en el pueblo, para quedarse. No ha llovido lo suficiente. Para regresar a los tiempos pasados son necesarios muchos como este. Pero es un principio prometedor. Indicios de que algo ha cambiado en un tiempo en el que el desierto avanza, gana terreno y arrincona a la naturaleza exuberante en la que siempre han vivido.El día avanza. Los rayos de sol dan paso a nuevas nubes que amenazan lluvia. Los vecinos se acercan a la leñera. Repleta de palos de las talas de hogaño, están esperando arder y calentar las habitaciones que tan sólo hace unos meses estaban tomadas por los aires acondicionados. Las llamas lo ocupan y copan todo. El humo vomita arcadas por unas chimeneas en desuso que de pronto cobran sentido. Al regreso del colegio los pequeños se acercan al calor de la pira, a la vez que juegan con una tenaza a atizar las ascusas esquivas que amenanzan con salir del rincón.
Un soplador, panero en esta parte de la provincia, se sujeta en un clavo para hacer su trabajo en caso de necesidad. La madre desgrana una mazurca de maiz de palomitas, la sarten espera caliente con algo de aceite y ante la mirada atónita de todos el sonido del crepitar de las rosetas los devuelve al pasado.
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