Metafóricamente hablando

Antonia Amate

El olvido que seremos

Apenas distingue las figuras de las personas con las que se cruza, difuminadas entre las sombras que se esconden tras las palmeras que cubren sus grises pupilas, como un atardecer otoñal cubierto por la niebla. Anda arrastrando sus pies sobre la acera, arropados por la calidez de sus pantuflas, que sustituyen las caricias perdidas en la bruma de sus horas solitarias. Ayer fue su cumpleaños: felicidades abuelo! Sonó una voz tan jovial como desconocida, a través de un terminal telefónico regalado por navidad, para adormecer la conciencia del abandono en el que está sumido, pero el perdona y agradece la atención. Apenas reconoce la voz de aquel niño rubio, que se acurrucaba en su regazo para mirar con el las estrellas, en las oscuras noches sin luna. Ves esa?, si la más brillante- le decía él, levantando su dedito índice hacía la estrella polar, y el pequeño reía alborozado, fuertemente agarrado a su mano protectora. Mientras caminaba recordó el último libro que había leído:"El olvido que seremos", preciosa novela de Héctor Abad Faciolince, en la que el autor hace un homenaje a su padre, escribiendo su biografía, tras el asesinato de este por unos sicarios colombianos. "El olvido que somos", pensó para sus adentros: en presente y primera persona del singular. De nuevo sonó el teléfono que llevaba en su bolsillo, junto con el "botón rojo", única compañía de la que disfrutaba, desde que su mujer decidió partir a un lugar ignoto, tras años de sufrimiento, dejándolo en el más absoluto desamparo.

Esta vez era su hijo. Lo tenía todo anotado en su agenda, nada más levantarse la repasaba, y rara vez se le pasaba felicitarlo, por su santo, por su cumpleaños, en navidad,.. , sin embargo desconocía si ya le clareaba el pelo, o le brillaba plateado bajo la luz del sol. Hacía más de dos meses que no le había visto. y sabía cuan agotado estaba, en su carrera por alcanzar el triunfo profesional, que le impedía disfrutar de las pequeñas cosas con las que cada día la vida nos sorprende. Dejó de lado por un momento sus pensamientos tristes, y se detuvo extasiado ante ese atardecer junto al mar, cuando los flamencos sobrevuelan las cristalinas lagunas, incendiadas por los rojos rayos del sol, en busca de refugio, huyendo de la noche intuida tras los rosas violáceos que ya coloreaban las montañas en el horizonte. Hoy para el era un día más, para su hijo y sus nietos, un día que se les fue arrebatado de las manos, como tantos otros: irrecuperables. Pero eso no lo sabrán hasta que tengan todo el tiempo del mundo, y cuando recuerden un día como hoy, pensarán en "el olvido que seremos".

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