El origen del mal

"Nadie se hizo perverso súbitamente". Juvenal, poeta satírico romano (s. I-II d.C)

Siempre me ha fascinado el comportamiento humano. No es casual que mi trabajo sea estudiarlo y mi pasión novelarlo. Empero les confesaré una frustración. Del vasto ramillete de conductas humanas hay una que, por más que la observo, no consigo colegir. Puedo hacer conjeturas teóricas, consulto a eruditos tanto afines a mi oficio como a otras ramas del saber, léase la filosofía o la historia. Pero aún así no alcanzo a entender a quienes disfrutan haciendo sufrir a otros, a aquellos cuyo objetivo es destruir y causar dolor. El mal adopta un sinfín de formas, todos lo sabemos bien. Hay malvados que se conforman con agredir de forma sutil incomodando al prójimo; otros se esfuerzan en amplificar su daño hasta que vislumbran auténtico dolor ajeno. Quedan algunos cuya única razón de vida es anegar de negrura todo cuanto les rodea. Mas en cualquier caso dudo que sea cuestión de intensidades o grados. A mi, hoy, me asalta la certeza de que todos los malos son iguales y al final el freno lo aplican los mecanismos de castigo que toda sociedad posee y el miedo a sufrir sus consecuencias.

Pero no crean que me alío con el pesimismo. Mas bien al contrario. Considero, fiel a mi querido Rousseau, que el hombre es bueno por naturaleza. Afirmo categóricamente que un recién nacido no puede albergar maldad en su ser. Resulta más bien un lienzo en blanco, una historia entera por escribir. Una explosión de vida que crece a la luz del Amor, el Respeto y la Educación resultará necesariamente en un ciudadano pleno, para sí y los demás.

Al cobijo de la enfermedad mental he visto esconderse a numerosos malvados. Toda vez que se desmontaba la excusa de un trastorno he podido advertir un alma oscura alimentada por familiares que competían entre sí en ignorancia, perversidad o la mezcla de ambas. Vidas ignominiosas que excretan alquitrán y contaminan lo que una vez fue puro. No les engaño, eso no tiene ni cura ni remedio, es un cáncer que sólo se puede prevenir.

Zaleuco de Locris fue un legislador griego del siglo VII a.C. Recogen los cronistas del momento que su hijo fue acusado de adulterio. El delito se castigaba cegando los dos ojos del reo. Zaleuco conocía bien la naturaleza humana y del modo más ecuánime y pedagógico posible afirmó: Dos ojos exige la ley y dos ojos tendréis. Uno será de mi hijo y el otro será mío puesto que mía fue la responsabilidad de haber educado a un hombre honesto.

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