Pablo Laynez

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Un orujo sirvió para crear una amistad

No llegaba la hamburguesa (eran las 21:30, ya tarde para un peregrino) y con Rafael de fondo, José se decidió a pedirse un espirituoso. “Con esto sí que vas a ganar el Xacobeo”, le dijo una jovial camarera con un marcado acento gallego. Él se creía que se había pedido un chupito de los del sur, de los que te queman un poquillo, pero enseguida te dejan tranquila la tráquea.

Pues no, un orujo en el Camino es otra cosa: con uno las ampollas dejan de doler, con dos te envalentonas y doblas las etapas, y ya con tres se te aparece hasta el Apóstol. José, un sevillano que conocí, cámara de fotos en mano, en el precioso Monasterio de Sobrado dos Monxes, le dio dos sorbos y se le durmió la boca. Suficientes, eso sí, para hacer sangrar la litera del albergue.

Fueron tres etapas las que echamos juntos y el orujo sirvió para fraguar una amistad peregrina. De momento, alivió las contracturas postCamino en Roquetas; en el Sevilla-Almería me tocará a mí ser el invitado e ir a a alguna tabernilla tipo el ‘abuelo’ de Arzua. O Casa Manolo.

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