El pacto social del tiempo

Cada tiempo, cada época, establece sus "pactos" entre artistas y realidades

En alguna ocasión decía Pérez Siquier que "la fotografía no es otra cosa que el pacto social del tiempo", de un tiempo concreto. Este aserto, referido así a la creación artística, suena muy poderoso y eficaz. El pacto entre el creador y la sociedad lleva aparejado y unido, inevitablemente, lo ético y lo estético. En el caso de la fotografía -y aún más en el caso de Pérez Siquier por su defensa de la pureza del medio y la referencia inevitable a una verdad que se manifiesta en toda su dignidad- es muy obvio, pero puede extrapolarse a todas las artes cuyo campo de trabajo poético es la realidad, el mundo exterior al artista. La fotografía necesita de ese "pacto" con "el otro", de ese pacto social, para que la imagen no sea robada, para que el creador dignifique y sea modelo de dignidad intachable. La buena fotografía, la más pura y verdadera, ha transitado siempre estos caminos, y puede decirse que el gran creador -y Pérez Siquier lo era- establece y sella ese pacto social cada vez que selecciona y, en una décima de segundo, dispara su aparato. Cada tiempo, cada época, establece sus "pactos" entre artistas y realidades. Los pactos se adaptan y cambian en función de los cambios de las vidas y realidades de las gentes. En ocasiones, incluso, la realidad ha de ser denunciada, sancionada, y el autor contrae ahí otro tipo de obligación ética. Lo dicho para la fotografía sirve igualmente para el resto de las artes, siempre que se afanen en la poetización del mundo, de la vida y de la realidad. Y ahí es donde se marcan las diferencias entre los grandes creadores, los que inauguran nuevas formas de contar el mundo, y los que se nutren y reflexionan de lo hecho por otros. Hay fotógrafos y pintores que hacen metafotografía y metapintura, pues su obra versa sobre creaciones ya hechas, ya alumbradas con anterioridad. Y hay otros, los menos, que se enfrentan con el mundo a pecho descubierto, sin bagajes previos ni armas de apoyo, para contar poética y novedosamente la realidad, como si nada anterior hubiera existido. Esta inconsciencia, este arrojo, si da frutos solventes, pare nuevas y fascinantes lecturas, nunca vistas antes. Quienes lo consiguen tienen el poder demiúrgico de deslumbrar a sus congéneres, de alumbrar nuevas épocas artísticas cuyo poso e influencia se expande y perdura mucho tiempo después. El gran creador siempre se enfrenta solo al mundo, sin la ayuda de los que le precedieron, y es capaz de sellar un nuevo y fascinante pacto con la realidad de su tiempo.

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