El país de los mudos

Hay que cambiar el país de los mudos que calla porque sabe que la legión de sordos no tiene intención de escucharlos

Hay una población de mudos que conviven con una legión de sordos. Los mudos son invisibles para los medios. Son las personas anónimas que callan y que han renunciado a participar en la vida pública porque no saben hacerlo o no les interesa. Su tiempo se agota en la supervivencia laboral y en la lucha por la dignidad inmobiliaria. No creen en la clase política porque no atienden sus necesidades ni gestionan sus problemas. Los anónimos han llegado a la conclusión de que es mejor callar porque hablar no sirve para nada. A estos no les interesa el discurso de la izquierda ni de la derecha, tan solo sueñan con el derecho a la dignidad. Frente a los mudos están los sordos, los cargos públicos y la oposición. Nunca hablan del trabajo o la vivienda, del impuesto de la basura o del costo de la electricidad. Se deleitan en batallas campales que no sirven para nada pero que convierten en relatos para posicionar a las masas en su beneficio. Por eso son sordos, no conocen las necesidades reales del país que gestionan. Y no les interesan aunque proclamen que quieren salvarnos de sus oponentes. Dicho así, tenemos un país de mudos y una legión de sordos. El defecto de los primeros es su silencio. Gracias a esto los sordos se han posicionado. Harían falta sus gritos, sus demandas, sus exigencias; que se atrevieran a participar en el circo político y que se organizaran. Pero están desanimados y no tienen esperanzas. El defecto de los sordos es que no quieren saber de los otros. No les interesa lo real ya que viven de los réditos de un relato mediático construido en dos bandos históricos. Y eso es todo: los mudos (que somos los del pueblo) y los sordos (que son los de la casta). Yo he decidido no ser mudo; no ser de izquierdas ni de derechas; no seguir ningún relato; no callar; proclamar que el trabajo y la vivienda son los termómetros de la gestión política; exigir a la casta que dejen ya de enfrentarse entre sí y que de una vez se pongan a trabajar. No pienso odiar a nadie de la izquierda ni de la derecha porque eso solo sirve para mantener cargos públicos en lugar de crear empleo. A mi no me interesa la rivalidad sino la gestión pública, porque eso es la política: la reflexión sobre cómo gestionar lo público en lugar de cómo posicionarse. Hay que cambiar el país de los mudos que calla porque sabe que la legión de sordos no tiene intención de escucharlos.

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