Metafóricamente hablando

Entre palmas anda el juego

Nunca tuvo entre sus aspiraciones la de ser esposa y madre, o al menos, no como se entendía a su alrededor

Miró el calendario, quería comprobar los días exactos en que caía la Semana Santa, con el fin de planear una escapada durante esos días. De pequeña nunca tuvo ese problema, ya en Navidad todos los niños sabían cuando serían las próximas vacaciones. Con los años se convirtió en una mujer de éxito, de ella decían sus enemigos que era dura, fría y calculadora, solo para desacreditarla, pero quienes la conocían bien sabían que era trabajadora, ambiciosa y exigente, condiciones características en una persona que quiere ascender profesionalmente. Su matrimonio fue un desastre, apenas unos años duró, y a puro pulso. Nunca tuvo entre sus aspiraciones la de ser esposa y madre, o al menos, no como se entendía a su alrededor: madre abnegada, o sumisa esposa que sigue a su marido en pos de sus ambiciones, tenía las suyas propias. Era la responsable de una gran multinacional y ejercía su profesión con brillantez, pero su corazón permanecía intacto, cálido y abierto a las personas que más quería: sus familia, sus amigos, incluso sus compañeros de trabajo, aunque alguno lo pusiera en duda. Nada destacable de haber sido un varón, pero la vara de medir su conducta era otra, y ella ya estaba acostumbrada. Hoy, algo había cambiado en su interior, una grieta de debilidad se abría en su corazón, no conseguía reunir las fuerzas necesarias para ir desde su casa hasta la oficina, como hacía de forma habitual, aprovechando los apenas dos mil metros que las separaban. Había puesto la radio, en una tertulia se debatía sobre las medidas en vigor en países gobernados por los talibanes: "el lugar de una mujer no es ni la escuela ni el trabajo sino fuera de la vista, encerrada en su casa, las niñas ya no recibían educación, las mujeres no podían viajar solas en avión…" Entre la ira y la pena, se recogió el pelo en una trenza, se calzó sus bailarinas, se enfundó su falda más corta y salió con el corazón encogido, pensaba en esas mujeres cercenadas. Pronto sería el domingo de ramos, los fieles saldrían en procesión con sus palmas trenzadas en imaginativos encajes. En casa de sus abuelos siempre había una, expuesta en el balcón, hasta que cada año se cambiaba por una nueva. Las palmas y los ramos de olivo, eran el principio de las fiestas de Pascua, tardes largas, dulces, y salidas nocturnas de procesiones, todo un exotismo. Hacía años que no participaba en la fiesta, sin embargo, hoy estaba tan feliz de haber nacido AQUÍ Y AHORA, que hasta sería capaz de vestirse de mantilla, algo que rechazó con vehemencia toda su vida. Llegaba a su oficina, a orillas del mar, una racha de viento dobló las esbeltas palmeras que se elevaban a uno y otro lado del paseo, no pudo evitar sentir un escalofrío: en algún lugar parecido a este, ninguna mujer podría disfrutar del azote del aire en su rostro. Este año iría a la procesión de la borriquita con palma incluida, pero sin peineta.

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