Yo, mi, me, pa'mi

Nos sentimos buenas personas cuando hablamos de ciertos temas comunes a la humanidad

Hay quienes no tienen espejos en sus casas. Esto se me vino a la cabeza esperando en una de las infinitas colas que guardamos a lo largo de la vida para asuntos varios y oír el gruñido de una señora molesta por la tardanza de la inmediata anterior que estaba siendo atendida. Se me escapaba el tiempo que llevaría esperando, ya que llegué cuando el trámite estaba en curso, y tampoco me extrañó demasiado la reacción de la que esperaba. Suele ser lo habitual. La guasa llegó cuando le tocó el turno a la gruñidora y entretuvo al caballero que atendía en el mostrador hasta hacerlo resoplar de cansancio y desesperación. Entonces sí que me dio la risa, vale que una risa sardónica, callada, para mis adentros; y mejor así, mejor que nos dé la risa ante tanta desfachatez, ante la poca vergüenza y ante la falta de autocrítica de tanto bisonte suelto que arrambla con lo que pilla sin miramiento cuando le toca a él salir por patas.

Vivimos en el momento de la inmediatez y el derecho propio en mayúsculas y hemos confinado en un cuarto recóndito y lúgubre deberes tan básicos como el respeto a los demás. Soy yo primero, pa mí primero, lo mío primero y, como decía mi abuela, si sobra algo, también pa mí. Demencial, insolente, irritante y, lo peor de todo, sólido abono para una convivencia tensa, desagradable y plagada de enfrentamientos. Porque cuando tanto cretino suelto se empeña en ir por la vida como si todo se le debiera por derecho natural sin mirar otras narices que no sean las propias, o, como dirían los anglosajones, sin calzarse los zapatos de otros, se están sentando bases muy peligrosas para que salten chispas al encuentro de otro ser igualmente creído de privilegios, o, más simple aún, al encuentro de otro ciudadano con las gónadas del tamaño de dos melones galia de tanto toparse con impresentables pletóricos de egoísmo.

Nos sentimos buenas personas cuando hablamos de ciertos temas comunes a la humanidad. Todo el mundo se indigna con las injusticias de gran magnitud, pero poquita atención ponemos al mirarnos al espejo, si es que nos miramos, para comprender que son los pequeños gestos los que mueven nuestro mundo inmediato y los que enriquecen o empobrecen lo que de seres racionales nos vaya quedando a golpe de involución humanística, empática, altruista y emocional. Mantener el yo, mi, me, pa mí pasados los cuatro años da fidedignas pistas de los derroteros por los que vamos.

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