Libertad Quijotesca
Irene Gálvez
La estela de Horemheb
La ciudad y los días
El papel de Juan Carlos I en la Transición es indiscutible como puente entre la dictadura y la democracia, desde el 20 de noviembre de 1975 hasta el 23 de febrero de 1981 y el 28 de octubre de 1982. Lo que revelaciones recientes de todos conocidas están demostrando es que quizás ese papel lo fue en la séptima acepción de la palabra: personaje de una obra teatral o cinematográfica que corresponde representar a un actor. Porque se hace difícil pensar que quien ha dañado tan irreparablemente su propia imagen, quien es el único responsable de que se haya pasado del mayoritario respeto agradecido a lo que representó –recuerden el “soy juancarlista, no monárquico” de Carrillo– a la chanza, el desprecio y la descalificación fundamentada, fuera también quien, además de interpretar muy bien el papel fundamental que representó, lo escribiera. Más bien parece que representó a la perfección un guión escrito por otros mucho más inteligentes que él.
No es que la calidad del actor que interpreta un papel carezca de importancia. Pero el mérito mayor corresponde a quienes lo escriben. Lo demuestra que, privado de buenos guionistas y echando a los que le decían lo que no quería oír, cuando él escribió su propio papel lo que le salió fue algo muy parecido a una comedia de Esteso y Pajares, con sus destapes y groserías, a lo que añadir las láminas satírico pornográficas de Los Borbones en pelota, que unos atribuyen a los Bécquer y otros al humorista gráfico Ortego, y La corte de los milagros de Valle-Inclán. Lo peor de los escándalos sabidos y susurrados, hechos públicos a partir de Botsuana y ahora expuestos entrega tras entrega de grabaciones, quizás sea la falta de inteligencia y la reincidente torpeza demostradas, liando su vida privada con su papel como jefe del Estado y utilizando lo segundo para encubrir escándalos de la primera.
Los enemigos de la monarquía parlamentaria constitucional y los negacionistas de la Transición están de enhorabuena. Injustamente. Aquella fue un milagro de inteligencia política interpretando la voluntad popular. Y el Rey, aunque solo interpretara un papel escrito por otros, fue un elemento clave en ella. Que el resto de su filmografía haya sido una catástrofe no empaña estas realidades históricas. El De Niro que se auto caricaturiza interpretando cualquier cosa por pasta no empaña al de El Padrino II, Taxi Driver o El cazador.
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