La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Del papel del váter a la birra

Tres semanas después del confinamiento, la lista de la compra también se rebela: de lo práctico a lo placentero

Tres semanas después de confitarnos en casa, las prioridades cambian. Es la misma debilidad humana con que estrenamos cada año con una lista infinita de buenas intenciones, nos disciplinamos en invierno en el gimnasio, volvemos a dar clases de inglés y afrontamos la operación bikini apuntándonos a la piscina un mes antes del temido destape. Por cierto, no me resisto a protestar: el meme que me ha llegado mil veces del primer día de playa (en femenino) con el antes y el después del Covid-19 ¡es malvado y sexista! Como si las barrigas cerveceras fueran inmunes a los estragos del aburrimiento…

Pero estábamos con las prioridades. Sin distinción de sexo ni de lugar. A un virus global sólo le pueden corresponder estupideces globales. Aquí y en las antípodas. En Australia, un periódico regional ha preparado un especial de ocho páginas en blanco con puntitos recortables y convertibles ¡en papel higiénico! Y hacen una llamada a su "ingeniosa" propuesta (así lo ve el editor según le ha confesado a The Guardian) en la portada.

Pensaba que los periódicos, una vez saboreados, estrujados y leídos, servían para limpiar cristales y envolver pescado. No en la Era del Coronavirus. Llevan razón los políticos, los psicólogos y hasta los científicos: nada será igual antes y después del Covid-19. Aunque nadie nos aclare si será mejor o peor. Y seamos coherentes, a medida que avanza la pandemia, parece evidente que aplaudimos mucho menos a las ocho de la tarde y discutimos mucho más. "Tensión social" lo llaman. La cara b de ese "aislamiento social" que, con más voluntarismo que conocimiento, hemos situado como vacuna natural contra el virus.

Desde que el 15 de marzo se declaró el estado de alarma, sólo he realizado dos compras online: un regalo para mi sobrina, que ha tenido que celebrar los 19 por WhatsApp, y una caja de vino (bueno varias) para compensar el sufrimiento de la reclusión. No lo he leído pero seguro que encuentro algún psicólogo (o pseudo) que me ratifique que una copa de vino (o dos) es mejor que pillar una depresión.

Desde entonces, en la web sólo me salta publicidad de maquillaje y de alcohol. Y de cervezas, pepinillos y patatas fritas, los nuevos reyes de la lista de la compra. Google está en todo. Encantado con ese runrún de los gurús del Big Data alertándonos de un posible rebrote si no nos dejamos fichar en el móvil. Como el microchip de los perros... No es ficción. Y ni siquiera es después del coronavirus.

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