Comunicación (im)pertinente)

Francisco García Marcos

La papisa morada

Mónica I se sintió confiada, sabedora de que estaba llegando con firmeza a sus correligionarias

Las damas de honor pusieron especial empeño en ajustarle bien la mitra, para que no se bambolease durante la procesión hacia el templo. Mónica I, la papisa de la Congregación Feminista del País Valenciano, erguida y circunspecta, se sintió perfecta y dispuesta. Con la vista al frente, al ritmo que marcaban el manteo de su casulla morada y los golpes del báculo contra el suelo, encaró el breve trayecto que conducía a la sacristía. Se detuvo instante para inspirar una bocanada de aire, antes de entrar en el altar y recibir una sonora salva de aplausos por parte de todas las fieles congregadas. Eludió saludar con efusividad por miedo a que se moviera demasiado la mitra. Finalmente, ganó el púlpito, observó detenidamente a su auditorio y ya, sin más dilación, se dirigió a ellas. Levantó la mano para subrayar la importancia de sus palabras. "En verdad, en verdad os digo que el feminismo es el mejor instrumento de la democracia contra el fascismo, porque son antagónicos". Tras una salva unánime de aplausos, la papisa prosiguió. "El feminismo es la ideología de la mirada amplia, de la visión global del mundo y de todas sus diversidades como una riqueza imprescindible para la vida". Esta vez hubo un estruendo de vítores. Mónica I se sintió confiada, sabedora de que estaba llegando con firmeza a sus correligionarias. Prosiguió con energía, "lo que nos define socialmente como mujeres es la capacidad de hacer pueblo, de crear vínculos familiares, vecinales, de cooperación y de apoyo mutuo". Solo quedaba encaminar a sus huestes en la dirección adecuada. "Hay que fortalecer las redes que tejemos entre nosotras, dándonos la mano unas a otras para poder apoyarnos y empoderarnos". Después de su alocución, fervorosamente celebrada en la prensa, desapareció tras la sacristía, se cambió el terno, se metió en el coche oficial y se fue a casa, con el deber cumplido.

El pequeño problema apareció años después, cuando se conoció la realidad de la red primaria supuestamente tejida por la papisa, concentrada en encubrir a un marido habituado a abusar de menores. Ellas, al parecer, no gozaban de los derechos que tanto preconizaba, ni encontraban su mano solidaria para apoyarlas y empoderarlas, ni tampoco eran acreedoras a red alguna que las protegiese. El gran problema, en todo caso, lo tenía la sociedad en su conjunto que, con la credibilidad de estos referentes, nada podía avanzar en ninguna dirección constructiva y digna. Desde luego, antes que nada, ha de evitarse que el mal ejemplo individual anegue la legitimidad de la causa en su conjunto.

Por fortuna, yo sí he leído a Alexandra Kollontai.

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