Un par de días, nada más

Hoy parece delito quedarse en cama un par de días, solo un par, para dejar que nuestro cuerpo reinicie su sistema operativo

Oda a los tullidos, defenestrados y enfermos de pacotilla. Salve a los que adolecen de las capacidades mínimas de actuación diaria, o los que padecen el rigor quasi mortis del necesario y mínimo discernimiento para ejecutar las tareas rutinarias que nos levantan de la cama cada mañana.

Palabras con las que pretendo poner en alza y encumbrar a todos aquellos que, en estos días de invierno -bendito invierno, ya era hora-, han sido pasto de esos minúsculos gérmenes, microbios y bacterias que pululan en el ambiente, cayendo en las fauces de un molesto resfriado, una cruel gripe u otro mal endémico que, a falta de identificación y cuadre genético, cualquier profesional de la medicina tiene a bien apadrinar últimamente, y con desconcertante reiteración, como "virus". Oye, cuántos virus existen últimamente. Da igual lo que haya pasado al contagiado, o la sintomatología posterior del mismo, que al final, siempre y en todos los casos, nos encontramos frente a frente con un virus.

El caso es que ésta, nuestra sociedad, se encuentra mimetizada con lo inmediato, lo vulgar y otras mentiras más de la nueva era, la tecnológica, tanto que ni tan siquiera se respeta a algo tan sagrado como ha sido siempre, y será, un puñetero catarro invernal. O una gripe, da igual. El ritmo de vida que llevamos, que nos imponen -por motivos profesionales, familiares, amistades, etc.- coarta y anula cualquier posibilidad de que nuestro organismo, sabio como es, pueda recomponerse como debe hacerlo, y lleva haciéndolo millones de años. Hoy en día parece delito quedarse postrado en cama un par de días, solo un par, para dejar que nuestro cuerpo reinicie su sistema operativo. Te lo recuerda, no solo las constantes llamadas telefónicas, o innumerables correos electrónicos que martillean incesantes al móvil, aniquilando el bendito y merecido descanso reparatorio, sino también esa especie de impronta auto inculpatoria que parece residir en nosotros, pecaminosa e insoportable para el alma, que nos impide tomarnos y aceptar con naturalidad aquello que la madre naturaleza nos dictó. Un par de días, nada más. Y muchos pensamos que, cuando se deja de tomar con naturalidad lo que resulta ser natural, llega ese momento de cambio que no es para bien, sino para peor. Esos momentos inciertos a futuro en que, tomando prestada la costumbre francesa, la hora del perro pasa a ser la de los lobos.

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