La exhumación de Franco, como todo cuanto recuerda a un pasado doloroso, expone a quienes sufrieron, o heredaron, sus injusticias, a ver reabrirse sus heridas, sobre todo si median ligeras valoraciones hechas desde tribunas, pero es ese dolor, y la sola posibilidad de que, llevarla a cabo, reconforte a alguna de aquellas personas, lo que la convierte en una necesidad democrática y en un deber para quienes nos sintamos en deuda con ellas pues nos permite devolverles, aunque sea minimamente, el favor recibido; ese favor hecho de sus padecimientos y que tuvo, como último acto, la Transición. Una Transición que no merece ser juzgada si no es en su contexto, pues es ahí donde resulta incuestionable su mérito y su valor: Avanzar sorteando continuos obstáculos fruto de una extrema inquietud política y con capacidad para quebrar la precaria estabilidad social de ese momento y hacerlo generando, en todas las fuerzas políticas, un leal y generoso esfuerzo dirigido a proporcionarnos seguridad para transitar por el camino ante el que lograron situarnos, el camino del progreso, y herramientas para construir, en paz, una nueva y mejor España. Y es que la Transición no fue ni el final ni el contenido sino el inicio y un robusto, pero flexible, continente para la sociedad libre, democrática y solidaria que reclamábamos a los Constituyentes, y así lo contaba aquel cuyo recuerdo da nombre a esta columna: "En 1977 la reconciliación resultaba absolutamente imprescindible. Por lo tanto, teníamos que resolver los problemas bajo dos premisas: No vivir un pasado dramático y ser capaces de construir una buena sociedad, mas moderna, con un sistema productivo más ágil y capaz. Poder decir que nos habíamos puesto de acuerdo en la institución de libertades fundamentales por las que habíamos luchado durante tantos años, y que ahora iban a incorporarse en un texto jurídico fundamental que definiría el marco de la convivencia en España, era realmente impresionante; Era combinar la frustración del pasado con la ilusión del futuro; Frente a la larga tradición de intolerancia, la España de la Constitución del 78 con una apuesta decidida por el respeto, la tolerancia y la voluntad de integración, de cohesión y de reconocimiento del pluralismo como valores fundamentales del nuevo orden.La sociedad reclamaba a los constituyentes que le facilitáramos el instrumento que le permitiese señalar, para su futuro, un horizonte de libertad, progreso y democracia. Quería que la realidad plural de España encontrara un cauce para la expresión de sus diversas identidades y de su capacidad de autogobierno y quería otorgar a las jóvenes generaciones una mayor estabilidad en libertad de la que muchos mayores no habían podido disfrutar a lo largo de su vida". (Bartolomé Zamora Zamora, Diputado Constituyente del PSOE, en uno de sus últimos escritos).

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