No en mi patio

No sé qué porcentaje de habitantes se oponen; pero sí sé que los que no quieren, empezando por los alcaldes

Eran tiempos en los que se estaba discutiendo acaloradamente en Estados Unidos sobre la conveniencia de las centrales nucleares. Estaban los del "¿Nucleares? No. Gracias". Junto a ellos,los que permitían la instalación de tales centrales, sin comprometerse demasiado, pero con una salvedad: que no las pongan cerca de su casa, no en mi patio. Era la posición de aquellos que querían disfrutar de los beneficios de la energía nuclear pero manteniéndose lejos de sus peligros. Es un ejemplo de tantas situaciones, de tantos beneficios que nos gusta disfrutar pero sin que tengamos que correr con los gastos. Otro caso muy claro es el siguiente: ¿cuántos hay entre nosotros que se reconozcan abiertamente racistas? Las encuestas dan unos datos que aseguran que los españoles no somos racistas. Nos preciamos de igualitarios, de tolerantes, de ser receptivos con los extranjeros. Pero ante las actitudes que están tomando las poblaciones de Motril y de Almería con los centros de internamiento para extranjeros, los CIE, o la de Puente Genil, con un albergue para menores no acompañados, me quiero plantear el problema de si es posible conjugar esa posición antiracista con la negativa radical a que en sus ciudades se establezca alguno de esos centros. No sé qué porcentaje de habitantes se oponen; pero sí sé que los que no quieren, empezando por los respectivos alcaldes, se mueven y vociferan mucho. Quizá los alcaldes no estén actuando con convicciones propias encabezando las manifestaciones verbales en contra de una eventual decisión del gobierno de ubicar en sus municipios, en edificios restaurados y actualmente abandonados, algún nuevo centro de internamiento. ¿Por qué esa oposición? Está pasando como en el caso de las centrales nucleares: aceptan que vengan inmigrantes mientras no molesten; son generosos mientras no perjudiquen lo que estiman sus intereses. En general son solidarios, pero que pague el Estado, que paguen los demás. Tal vez tengamos que tomar conciencia de que la solidaridad es cara, de que la defensa de derechos ajenos implica obligaciones por nuestra parte. Aunque en el caso de los centros de internamiento, ¿qué es lo que nos estaría costando? Dinero no. Simplemente molestias. Porque, a no ser que pensemos que todos ellos son delincuentes, nada habrá más allá de unas imágenes que nos resultan desdeñables (por no decir otra cosa). Atender a los inmigrantes, sí. Pero no en mi patio.

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