En las Olimpiadas se compite más allá del deporte. El caballeroso ideal del Barón de Coubertin ha terminado por convertirse en una frenética maquinaria económica y, también, en ocasión propicia para reivindicar el honor nacional. Cada triunfo, cada medalla, remueve los cimientos del más puro patriotismo.

Como siempre, hay sus excepciones. Las aguas embravecidas esta vez tampoco pudieron con Maialen Chourraut. En Tokio se colgó la plata, el único metal que le faltaba para completar la trilogía olímpica. Alguien propuso que Maialen fuese la abanderada en la clausura. De inmediato, los patriotas españoles inundaron las redes. Una vasca con la bandera de España al viento les parecía un auténtico escándalo.

Con los negros no hay mejores perspectivas, aunque Usmán Garuba haya nacido en Madrid y Ana Peleteiro en Riveira. Garuba juega en Madrid, es callado y se va a EE.UU. Pero la triplista, bronce olímpico, agrega más afrentas al color de su piel: usa el gallego en público y no ha escondido su frontal rechazo a Vox.

Los buenos españoles han celebrado que los mediofondistas se quedaran sin medalla. Adel Mechaal y Mo Katir nacieron en Marruecos. Son hijos de la inmigración. Mo es un icono en su pueblo, Mula, para el que siempre tiene un recuerdo. Mechaal confesó que su sueño era ganar la Jean Bouin de Barcelona, porque triunfar en casa tiene un sabor especial.

Otros deportes viven bajo sospecha patriótica permanente, por más éxitos que consigan. El waterpolo es cosa de catalanes, lo que deja un cierto poso de desconfianza. El hockey sobre hierba, todavía peor, ha sido patrimonio de Terrassa, en Barcelona, algo así como una aldea gala de este deporte. El potencial de agravios a la bandera es, naturalmente, mayor. Miriam Blasco fue la primera campeona olímpica española. Durante un tiempo se camufló en la filas del PP, incluso votó en contra del matrimonio igualitario, aunque recurriera a él para unirse a Nicola Fairbrother, la mujer a la que venció en Barcelona'92. Blasco desencantó a todo el mundo, al colectivo LGTB, que se sintió lógicamente traicionado, pero también a la España patriarcal, tan reacia a esas opciones sexuales.

Por supuesto, los deportistas tildados de rojos no tienen atenuantes. Alberto Ginés, un joven cacereño de 18 años, no solo ha sido oro, sino que es el primer campeón de escalada en la historia olímpica. Claro que eso logro no atenúa sus tuits contra Vox.

Ser un correcto patriota español parece complicado. Lugar de nacimiento inadecuado, lenguas prohibidas, colores de la piel incómodas, orígenes impuros, religiones ajenas, orientaciones sexuales reprobables, preferencias políticas incorrectas, restricciones todas ellas que terminan haciendo una patria tan comprimida que no cabe casi nadie en ella. Si sumamos a los que no cumplimos con alguno de esos requisitos, yo creo que somos amplia mayoría. Dicho sea de paso, una mayoría considerablemente más tolerante y reposada.

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