Por lo general, cuando nos queremos posicionar a favor o en contra de un contexto determinado, nos han inculcado que la demagogia es una buena forma de retórica, cuando la realidad nos convida a pensar todo lo contrario. No se puede establecer un dogma si no está debidamente fundamentado. Y es que, en el arte de la retórica, todo o nada se ha dicho. Cuando se crea un espacio para la convivencia se debe asumir que el diálogo es quien tiene que imperar, ante todo. La ausencia de la violencia o la coacción deben ser desechadas en pro de la comunicación y el trasvase de la información.

Quizás uno de los errores más frecuentes a los que se puede enfrentar el ser humano como individuo y en relación al medio que le rodea es no ser capaz de afrontar la realidad con una mirada crítica y autocrítica. Que sea capaz de reflexionar desde el pasado hacia el presente, para establecer un nuevo orden o un nuevo espacio de convivencia en el futuro. Quizás de ahí esa obstinación de siempre recrear dos bloques, en cualquier circunstancia, donde las ideas o los intereses sean manifiestamente contrarios. Tú o yo. Ellos o nosotros. Los buenos o los malos. Cualquier tipo de opinión que disienta de la oficial o de la políticamente correcta, ipso facto, es relegada, rechazada o no visibilizada, y pasa a ser concebida como adversaria.

Las actitudes y acciones más deterministas siempre han venido de la mano con la ruptura de la frontera que supone la pérdida del sentido de la palabra, el respeto y la libertad.

Quizás, en ese sentido, sea destacable abordar la posible dicotomía que se puede establecer entre el respeto y la tolerancia. El respeto absoluto, por ejemplo, a los Derechos Humanos que emanan del individuo por el simple hecho de su naturaleza y la tolerancia mínima que podamos soportar a aquellos que, en pro de sus libertades, quieren cercenar la de los demás.

El autoritarismo procede de la negación de la existencia del otro, de sus derechos y de su sometimiento a un orden impuesto que no permite ningún tipo de dilema o duda en su aplicación y materialización. Quizás, de ahí precede la necesidad de establecer en cualquier espacio, donde el diálogo es la punta de lanza de una sociedad, la existencia de un adversario, de un contrincante, de un oponente. Establecer el muro, el dogma o la tiranía a la que nos debemos regir o someter.

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