Los periodistas y lo falso

¿Acaso están al alcance de todos los receptores los datos que les permitirían comprobar la falsedad de las noticias falsas?

Estaba hablando Donald Trump en una comparecencia ante la prensa cuando varias cadenas televisivas que estaban atendiendo al evento decidieron cortar la emisión. El motivo que adujeron fue que el todavía Presidente de los Estados Unidos estaba diciendo una sarta de falsedades que no querían difundir. Es un hecho relevante que no podía pasar desapercibido y que ha generado una considerable polémica en el ámbito periodístico. Los argumentos a favor y en contra de la decisión se pueden compendiar de la siguiente manera. Quienes piensan que no fue una decisión acertada razonan diciendo, por una parte, que es una limitación a la libertad de expresión; y por otra, porque no creen que los receptores sean menores de edad y sea a ellos, a los periodistas a quienes, con su madurez, corresponda juzgar si los contenidos que emiten son verdaderos o falsos. Quienes apoyan la decisión afirman que la labor del periodista no consiste exactamente en reflejar, sin filtrar, lo que hay por el mundo que les rodea, sino que, de alguna manera, tienen que elegir lo que dicen para formar informando o informar formando. Yo voy a expresar mi opinión que en cuanto "opinión" será discutible pero no debe ser cercenada. Para ello, voy a considerar que las noticias falsas son como calumnias. ¿Puede difundir un medio un contenido calumnioso? Según el código penal difundir una calumnia es un delito en cuanto se trata de algo totalmente falso y que se difunde con la voluntad de hacer daño. Puede decirse que, en cuanto es algo que se "dice", es algo "que pasa". ¿Es justificación suficiente para que un medio difunda la calumnia? También puede defenderse diciendo que los destinatarios del mensaje periodístico tienen otras informaciones que pueden permitirle comprobar que eso es falso. ¿Tienen sentido esas dos justificaciones? ¿Podrían admitirse como eximente, o siquiera como atenuante, en un juicio alegar que estaban haciendo uso de la libertad de expresión? No quiero llevar el paralelismo al extremo de considerar delito la difusión de noticias falsas, pero sí puede servirnos para justificar la posición de negarse a difundirlas. Recurrir a la madurez de los receptores no deja de ser un extraño subterfugio en estos días. ¿Acaso están al alcance de todos los receptores los datos que les permitirían comprobar la falsedad de las noticias falsas? ¿Están todos en disposición de poner en marcha los procesos que les permitirían llegar a dilucidar la verdad?

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