El perseguidor

En qué televisión, es imposible ya encontrar en la selva de los miles de canales programaciones futuras

En las ruinas fúnebres del tiempo y los programas de viejos cómicos, un señor triste vestido con camisa negra y pantalón negro, cubata en ristre y cigarro en mano, gafas oscuras y barba y pelo mohíno desgranaba chistes cortos sin mover un músculo, salvo los de los labios y la mano, para llevarse el cigarro a los músculos de los labios y la copa a los músculos de la boca. Delante de la tele única, la tele, la de siempre, hacía reír a todo español viviente, en los platós, en los cabarets, en los teatros, en los bares, en la noche. Era el monologuista sin monólogo, sin guion, sin preparación, sólo con el libro de cincuenta mil chistes. Basta que dijera eso de saben aquel que diu para que todo el mundo empezara a reírse. Y los chistes tenían su gracia, no como aquellos humoristas que vinieron después para hacer mil gracietas y contorsiones, muecas y gestos para contar chistes larguísimos que al final no tenían gracia ninguna. Todo lo que había detrás, que nunca se vio, tal vez lo cuente un documental sobre su vida que se estrena ahora, en los que Eugenio y la cámara miran al espejo y ven el lado roto del payaso, lo oscuro de la ropa, el pelo y las gafas que se filtra en el personaje y la persona y se apodera de todo el cuerpo. Icono de los ochenta, ya estaba roto entonces, con la muerte de su esposa, luego vino la fama y la soledad del escenario ante millones de espectadores, en la tele. Su esposa murió en 1980, justo cuando arranco su humor taciturno y arrancaron más cosas. Antes, probaron, juntos, con la música, imagínense a Eugenio tocando la guitarra y cantando junto a su mujer, tratando de ser una especie de Ana Belén y Víctor Manuel hasta que la espada del destino corta en dos el dúo y nace el hombre de negro. A lo mejor iba de negro por eso y nunca nos enteramos, a lo mejor iba de luto perpetuo por su mujer o a lo mejor iba de luto perpetuo por él mismo. Habrá que esperar a que después de que las élites sacien su curiosidad morbosa por esos cines de ciudades de postín, el documental de ocho, sí, ocho capítulos llegue a los sitios más recónditos por las autovías de la electrónica odiada por los puristas. O a lo mejor lo programan en televisión. En qué televisión, es imposible ya encontrar en la selva de los miles de canales programaciones futuras. Yo busco y no encuentro, así que tendré que esperar y buscar más, buscar para encontrar a un genio, a Eugenio.

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