La perversión de la lotería

Año tras año, la perversa propaganda lotera expande su impostada ideología salvífica

Desde que se fundó, la lotería española -concebida como un juego presentado al público como una ocasión para ganar dinero- es otro mecanismo recaudatorio más del Estado. Y en un país en el que una gran parte de su población tiene como aspiración máxima no tener que trabajar, y muchos más tienen tendencia a creer con natural facilidad en imposibles o quimeras -piénsese en la ancestral e irracional fe religiosa, sin fisuras, de esta porción de Europa- era lógico que una propuesta como la lotería triunfara rápido y pasara a formar parte de nuestro acervo cultural -de tribu, se entiende- en muy poco tiempo. A los argumentos ya dados habría que sumar, en el contexto pseudodemocrático/oclocrático de la España de hoy, el de la inocencia de una parte muy importante de la población, que cree cándidamente en lo público como una mamá benefactora o salvadora, como un paraguas de protección que garantiza nuestros derechos y nos socorre en caso necesario. Así las cosas, la primera perversión, de concepto, que atesora el cotarro lotero, es presentarse a la sociedad como una institución sin ánimo de lucro, casi una oenegé que trabaja por los servicios sociales y llega a los más necesitados. Y nada más lejos de la realidad. En la lotería española, la abultada diferencia entre lo que se saca a los incautos jugadores y lo que luego se reparte en premios es una ganancia que va íntegra a engrosar las arcas de Estado, para que, como el resto del dinero público, pueda ser gastado en lo que dictamine el cuerpo de sinvergüenzas que nos gobiernan y que integran la gigantesca -y mentirosa- bola de "lo público". Pese a todo, hay otra perversión aún mayor y más reprobable en la lotería española: la que juega conscientemente con la ilusión de los más necesitados, de los desfavorecidos que se agarran a cualquier promesa de salvación, por pequeña o improbable que sea. Año tras año, la propaganda lotera expande su impostada ideología salvífica, insinuando que las zonas más perjudicadas del país -por diversos motivos, que incluyen todo tipo de desgracias- recibirán la lluvia de premios loteros. Y la pobre gente, haciendo el consabido acto de fe pseudorreligioso, gastan lo poco que tienen en una oportunidad absolutamente improbable, una entre cien mil, y engrosan así las arcas del agujero negro público. Se comporta así el Estado como un insaciable tirano al que no importa robar incluso a los pobres para alimentar sus excesos de sobrealimentado.

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