Plan para dinamizar el Paseo
Las pestañas del hogar
Los materiales de cualquier edificación, al igual que sucede con las palabras en una novela, son catalizadores de emociones. Los materiales nos transmiten a través de sus texturas, sus colores, su temperatura o incluso mediante el propio olor que desprenden. La sensación que ofrece un muro de hormigón en nuestro comedor es totalmente opuesta a lo que transmite una pared blanca de gotelé. Y una mesa de madera natural resulta tan cálida que invita a acariciarla como si fuera un pequeño cachorro de labrador, mientras que, por el contrario, una mesa de acero parece pedirnos a gritos que terminemos de comer y llevemos el plato rápidamente a la cocina.
En algunas ocasiones, la mera presencia del material, sin necesidad de tocarlo ni olerlo, ya nos provoca grandes emociones. Podríamos llamarlo prejuicios, aunque tal vez sea simplemente una asociación involuntaria derivada de experiencias pasadas. Los textiles, por ejemplo, suelen generar una percepción muy fuerte de intimidad. Una casa sin cortinas es como un americano sin canela. Tal vez porque nos recuerdan a cuando éramos bebés, arropados por nuestra madre con un arrullo mientras nos sostenía entre sus brazos. Solo con verlas, las cortinas ya nos sentimos como en casa.
Da igual que sean unas cortinas de nueve metros de altura en un edificio de gran escala como las de la Escuela de diseño de Sanaa en Zollverein, o unas cortinas con visillo en el salón de la casa de nuestros abuelos, todas ellas nos evocan cercanía e intimidad.
No solo se trata de uno de los sistemas de protección solar más antiguos del mundo, ni tampoco de simples elementos decorativos que tienen que combinar a la perfección con el color del sofá. Las cortinas son paz, son un velo que convierte la luz en cómplice de nuestros actos diarios. Son las pestañas de la vivienda que nos permiten entreabrir la mirada al exterior pero que siempre están ahí, incluso recogidas. Nunca desaparecen. Siempre forman parte de la mirada.
Tienen la doble condición de protegernos y exponernos, según cómo las utilicemos. Pueden ser la capa perfecta para escondernos mientras espiamos al vecino por la ventana, pero también son lo primero que abrimos por la mañana, mostrándonos tal y como somos. Las cortinas ejemplifican de forma magistral esta conexión íntima entre lo material y lo emocional. Puede que se atasquen de vez en cuando, pero son tan indispensables como el mando de la tele.
También te puede interesar
Lo último