Llevaba años observándolo todo incrédulo, desde su exilio involuntario. Ahí estaba Paquito, como todos los días, vestido con una camisa de algodón de manga larga, y con los puños y la botonadura delantera, cerrados hasta el penúltimo ojal. El sol hiriente chocaba contra el cristal, que, con las persianas levantadas, hacía de lupa y elevaba la temperatura de la estancia hasta límites insoportables. Salió de cuarto Mari Pili, su mujer, con su camisola de manga larga y el pelo recién lavado. El ambiente, cargado por el calor y los perfumes con los que se habían acicalado, era irrespirable. No obstante, como ya era costumbre desde hacía algunos años, todo se arregló en un instante pulsando el botón mágico que convertía aquella casa en una nevera, en un abrir y cerrar de ojos. Él, desde el observatorio en el que lo colocaron por inútil e inservible, miraba todo asombrado, y bastante decepcionado. Añoraba aquellos tiempos en los que el padre de Paquito: Don José Pérez, para servirle (como él se presentaba siempre), salía del dormitorio con su camiseta "sport", de algodón blanco, calada y manga sisa, y Doña Pepita, su mujer, con su pelo recogido en un moño bajo, su bata abotonada, con bolsillos y sin manga le decía: Pepe, llena el botijo. En aquellos años, se abrían las ventanas temprano para ventilar la casa, y después con las persianas bajadas, se dejaban entrecerradas todo el día. Al ponerse el sol, el aire traía, enredados entre sus finos dedos, el perfume a jazmines y don diegos, llenando las estancias con su aroma al abrir de nuevo las ventanas. En las tórridas noches de calor insufrible, se salían a la terraza, y allí sentados en sendas butacas de rejilla, buscando la más mínima brisa que les aliviara, esperaban impacientes a que refrescara. Durante toda la jornada, él era su amigo inseparable, sudoroso y frío aguantaba estoicamente los arrebatos de sus dueños, que sedientos, trataban de mitigar el calor y la sed levantándolo ansiosos, ávidos por refrescar sus gargantas. Fueron inseparables toda su vida, pero con su desaparición y la llegada de la "inconsciente modernidad", lo arrinconaron en un altillo de la cocina, como una reminiscencia del pasado, y allí permanece exiliado desde entonces. Hoy Pepito y Mari Pili, criticaban enardecidos el precio de la electricidad: "es que se ha puesto imposible"!, esto no lleva camino!, decía Pepito en un puro lamento, mientras ponía el aire a toda mecha, sudando la gota gorda dentro de su traje, y con la corbata apretadita al cuello. El sol indiferente, arrojaba sus rayos de fuego contra los cristales desnudos de las ventanas de la casa, cerradas a cal y canto, y con sus persianas levantadas hasta el techo. Y encima nos piden que bajemos el aire, estamos gobernados por una pandilla de locos! Sacó una botella de agua bien fría y le echó un cubito, mientras el cuerpo seco del botijo se estremecía con su s pijotadas.

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