Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Sí, me pillo un patinete

El incentivo mueve a poner un piso turístico y comprarse un patinete: adaptarse o morir

Hace unos días falleció como el humano Rutger Hauer el replicante Roy Batty que de manera tan lírica moría -nunca lo hará como objeto de culto cinéfilo- en la novela de Philip S. Dick que llevó al cine Ridley Scott. Sus entonces revolucionarios y hoy clásicos efectos especiales incluían una mezcla heterogénea de medios de transporte y vehículos tradicionales, como bicicletas, camiones de basura o taxis amarillos, y sobre todo muchísimo peatón de toda condición y raza, pero también naves que eran capaces de viajar a otros planetas y coches voladores de andar por la ciudad; bueno, de volar. No recuerdo que hubiera patinetes eléctricos en la película, estrenada hace 37 años. Las naves espaciales sí existen hoy, y llegan a Marte y más allá; los drones nos van a controlar y amenazar la vida en breve, si no ya, pero también nos traerán al balcón el pedido de Amazon, y hasta nos llevarán a la playa de domingueros. Las bicicletas son una bendición y una realidad de la movilidad en ya muchas ciudades, y, como en el Los Ángeles de, precisamente, 2019 que imaginaba la novela y la película, la diversidad humana de los peatones va de la mano del maná agridulce del turismo. No recuerdo si había patinetes (y segways y demás nuevos habitantes mecánicos de las aceras y calles peatonales): Dick y Scott no estuvieron finos ahí. Pero el cariño es el mismo, mucho.

Los patinetes son un prodigio y un melón aún por calar, como el propio turismo. Su falta de regulación clara y la caótica y también diversísima normativa municipal va por detrás de su uso. Uno puede ir en un cacharro a treinta kilómetros por hora o más entre los viandantes. Sí, lo sé, no deberían, pero es cuestión de educación y de acelerador, como los coches, que pueden ir a 200 km/h, quién sabe por qué. Esta anarquía de la movilidad sostenible -sostenible sólo en el sentido de no emitir gases- que ha venido de la mano de los patinetes es, bien mirado, un trasunto del hecho de que en las comunidades de vecinos se pueda establecer un hostal alimentado por Booking o Airbnb con el consentimiento de los vecinos estables… o sin él. Algo asombroso, ¿no creen? En fin, yo me compraré un patinete, quizá incluso uno de esos que son auténticas motos: como en los coches eléctricos sin carné, puedes circular con el vehículo por la calzada, la acera o la carretera teniendo menos papeles que una liebre. También pondré un apartamento turístico en una de mis limitadas propiedades inmobiliarias. El incentivo es lo que tiene: adaptarse o morir.

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