A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Un pleno en la diputación

La prudencia se agradece cuando vivimos en un país que ha decidido cambiar la Constitución y adentrarse en el mar

Nadie sabe qué va a ocurrir en el 2021. Pero la maquinaria parece engrasada y dispuesta a echar una mano con las luces, el agua o las comunicaciones

Hace unos días asistimos por esa ventana de internet al pleno de la Diputación. Al igual que el Ayuntamiento, la Diputación celebra algunas sesiones especialmente importantes durante el año y la aprobación de los presupuestos es una de ellas. No nos dio mala impresión. El PP destacó la presentación del presupuesto antes de que acabe el año, un signo de normalidad y de buen hacer. Y la oposición se quejó por la escasa capacidad para ejecutarlo y agilizar la gestión. Lógicamente, se nota que en el aire reina la incertidumbre. Nadie sabe, en realidad, qué va a ocurrir en el 2021. Pero la maquinaria parece al menos engrasada y dispuesta a echar una mano con las luces, el agua o las comunicaciones. La prudencia se agradece cuando vivimos en un país que ha decidido cambiar la Constitución y adentrarse en el mar, en plena galerna, sin saber siquiera si habrá un respaldo suficiente para recuperar una economía paralizada.

Aunque sobraron algunas descalificaciones personales, la sangre no llegó al río. Nada que ver con el espectáculo circense del Congreso. En la vida local no se actúa tanto de cara a la galería y eso se aprecia. No están los tiempos para ahondar en las disputas particulares. Y sería aún mejor si se pensara en el futuro incierto y se pusieran con frecuencia las luces largas por lo que pueda ocurrir.

A mi marido le sorprendió cierto encono del PP con Vox y el empeño en contar con el voto del PSOE, que ejerce su papel lógico de oposición, como si no le bastase con trasladar al ciudadano que ellos han cumplido con su obligación al propiciar un acuerdo. A mí, la verdad, el pleno me despertó más bien la fibra personal. No había visto antes a Fernando Giménez en la escena pública. Y, en seguida, me vino a la memoria el alumno brillante, que tuvimos en mi centro. Si había que organizar algo, la consigna era siempre contar con Fernando. Educado, no; educadísimo. Lo recuerdo siempre atareado, involucrado en diversos proyectos, sin descuidar nunca sus estudios, y con un sentido de la justicia que le ganaba el respeto de sus propios compañeros. Eran valores tan arraigados ya en aquel adolescente que no se habrán perdido con el tiempo y que introducirán, seguro, un poco de racionalidad en esos mundos de la política. A veces, somos los profesores los que debemos recordar con afecto el esfuerzo y la cooperación de nuestros alumnos.

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