Un poema encurtido en una sien

De aquellos días, sólo nos quedan los bolsillos vacíos, las aulas rotas y desoladas sobre los angostos pupitres de la huída

Un día, cuando aciagos eran los nombres de los hombres y de las mujeres sobre nuestros pechos, y sobre un cielo incierto amenazaban con volcar, nos levantamos contra el orden establecido, contra el sistema, contra la injusticia, porque el hambre era más fuerte que nuestros sueños, porque el desaliento fusilaba cada mañana a un padre o a una madre de familia que había perdido todo lo que había construido: una casa al borde del abismo, un sueño deambulando sobre las mandíbulas, el coraje suicida de Ícaro que desafiaba con volar.

Un día, de golpe, el país se levantó en llamas, nos puso una vez más en la Historia, a la vanguardia de qué se yo sueño imposible sobre unos labios. Acariciamos la revolución, como quien acaricia el dolor y la belleza, la gravedad y el caos que siempre tuvimos, el ansia y fragor del combate para salir todos alzados victoriosos a pesar de las derrotas, a pesar de los naufragios, a pesar de las noches sin dormir, amor, abrazados al frío de la noche que nos golpeaba las costillas, las comisuras de la boca, las puertas, las ventanas de una casa que ya no existía.

Un día, sin más, nos despertó la indignación, nos volaron el corazón a pedazos, nos volvieron a hacer mortales ante las puertas del infierno, echando espuma por la boca, con la camisa rota y el pecho descubierto, como quien se sabe muerto antes de empuñar un fusil.

Decía que los que se indignan eran justos y que aquella primavera española donde queríamos asaltar los cielos, donde los dioses nos esperaban arrodillados, porque volvíamos a llevar al mesías entre las manos, esta vez todo era verdad; de aquel quince de mayo, donde ensanchamos el alma y cantábamos a la libertad; de aquel tiempo, dodne aquellas plazas pregañadas de ilusiones emergían mitad humano, mitad divino; donde sólo cabía pan, justicia y democracia, ahora sólo queda la zozobra de un nuevo fracaso enre los las mandíbulas, los restos de los juicios sumarísimos, la reminicensia del anonimato, la fragmentación del ser en un mundo virtual, luchando por un "me gusta", un retweet o un comentario.

De aquellos días, sólo nos quedan los bolsillos vacíos, las aulas rotas y desoladas sobre los angostos pupitres de la huída. Una juventud desarmada, una vez más, acorralada, amamantada por el nihilismo, atrapada en su propia imagen, implorando el perdón.

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