mANUEL lÓPEZ mUÑOZ

¿Los políticos son el tercer problema del país?

[No tiene uno la imagen que quiere, sino la que los demás le reconocen. Para el viejo Catón, el orador debe ser un hombre bueno

Enseña la Retórica muchas cosas más que a hablar en público. Es la disciplina con la que se aprende a convivir en democracia usando la palabra persuasiva en vez de la persuasión de la violencia. Nos ayuda a desenvolvernos en la sociedad y a contestar preguntas como la que hoy les traigo: ¿por qué dicen las encuestas que los políticos son el tercer problema del país? No creo que sea sólo por el penoso espectáculo de las rabietas de guardería en el Congreso sino, me temo, por algo más profundo: la imagen del orador. No me refiero a corbatas de color azul, verde o naranja, barbas de Tercios de Flandes, vaqueros paqueteros, rastas ni camisas remangadas. La imagen de alguien es la suma de la valoración que hacemos de su conducta pasada y de nuestra opinión sobre lo que hará en el futuro. No tiene uno la imagen que quiere, pues, sino la que los demás le reconocen. Para el viejo Catón, el orador debe ser un hombre bueno acostumbrado a hablar en público y ser bueno es representar los valores de la comunidad, actuar conforme a ellos. No es bueno un orador porque lo proclame, sino porque los demás le reconocen capacidad de ponerse al frente de un proyecto común como persona digna de confianza. Lo de tener la costumbre de hablar en público se relaciona con otra máxima retórica: "conoce el asunto y las palabras irán detrás". No es que el orador sepa de qué habla, sino que a los demás así nos lo parezca. En los asuntos humanos, las palabras no dicen lo que queremos, sino lo que los demás entienden. Otra vez el reconocimiento. Otra vez la imagen. ¿Por qué se desconfía de los políticos? Primero, porque se nos ha enseñado a considerarlos un grupo distinto (la "clase política") y en consecuencia, gente que no nos representa, que no: son muchos años oyendo hablar de "los políticos" y repitiéndolo. Segundo, los gestos impostados, la vehemencia sobreactuada, la violencia verbal y la repetición mecánica de consignas lleva a intuir que, para ser político, sólo hace falta ser bello y sin seso, como la máscara de la fábula. Una política centrada en sí misma y en sus juegos de tronos se percibe como un estorbo a las soluciones. Tengamos cuidado: se empieza renegando de la política, después se considera inútil la democracia y, al final, se le entregan los votos a un dictador que nos engatusa con un discurso de rebelión y salvación. Ya ha ocurrido otras veces y está volviendo a ocurrir.

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