Que me pongan la novena de Beethoven

Me pasa algo parecido, salvando las distancias, a lo que dijera el otro genio de genios, Albert Einstein

P OR primera vez en la historia del mundo, la Unesco decidió incluir una obra musical en el llamado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Partituras que merezcan tal reconocimiento ha muchas, claro, pero si hay una que reúna todas la "condiciones" para ser elegida, no puede ser otra que la Sinfonía nº 9 en re menor, opus 125, conocida también como "Coral", universalmente conocida por su último movimiento, el apoteósico y magnificente, asombroso, exultante Himno a la alegría, basado a su vez en la oda del mismo nombre de un genial poeta alemán, Schiller (a propósito, en la sonda espacial enviada, hace ya muchos años, a los confines del cosmos, por si pudiera ser recibida por alguna otra civilización, en el "resumen" de la historia de la Humanidad que porta) y que popularizara el incombustible Miguel Ríos.

Y ahora, queridos lectores, me van a perdonar. Me van a perdonar porque, hace muchos años escribía en un programa de mano de un concierto sobre esta misma obra. Escribía yo entonces: "El tercer movimiento de la Novena Sinfonía es la más clara demostración de que la inteligencia humana forma parte de una inteligencia universal". Dicho así no deja de resultar una cursilería. De acuerdo, es una cursilería. Pero, ¿quién no ha tenido un su vida un día cursi en su trabajo, en sus relaciones, en su quehacer diario? Aquí podíamos decir aquello que, parafraseando a Gómez de la Serna, don Ramón. Escritor y periodista vanguardista español, respondiera Ortega a su discípulo Marías: "Lo cursi abriga". Y es que, predispuesto genéticamente para gozar de la música (no sé ni una palabra de dicha disciplina), cada vez que escucho el citado tercer movimiento me transformo, me transfiguro, me zambullo en el universo todo. Me pasa algo parecido, salvando las distancias, a lo que dijera el otro genio de genios, Albert Einstein (alemán como el músico, que casualidad), pocos días antes de morir: "Estoy tan identificado con todo lo que existe, que nada me importa mi propia individualidad". Pues eso mismo me pasa a mí con esta celebérrima partitura, parece como si entrase en una especie de nirvana panteista, a algo así. Pido que cuando me visite la parca me la pongan: el tercer movimiento, claro.

En este año, que se celebra el 250 aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven, le dedicaremos varios pero sencillos y humildes homenajes en estas mismas páginas y sección.

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