A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

A posento

El narrador siente una extraña atracción por ese paisaje solitario entre el Cabo y las Negras

Así se titula la última novela de Miguel Ángel Muñoz. La trama gira en torno a la curiosidad que despierta un hecho real: Mercedes Soriano, una escritora reconocida en los 90, decide de pronto retirarse y vivir en las Presillas Bajas, junto a los Escullos. A decir verdad, la trama es solo un instrumento para abordar otras cuestiones. Hubo un tiempo en que la literatura proporcionaba sobre todo entretenimiento, alimentaba la fantasía o mitigaba el aburrimiento de las tareas cotidianas. Ese papel lo desempeña ahora el cine de acción o de aventuras. Y algo el best seller. Por eso, la literatura persigue hoy otras tareas. Estrecha sus contactos con la realidad frente a la ficción y se reivindica como un medio privilegiado para conocernos a nosotros mismos.

Aposento camina en esta dirección. De entrada, muestra un narrador apegado a las experiencias personales. Relata su vida diaria y cómo la investigación sobre la escritora va originando la novela: la noticia sobre la muerte de Soriano en Torrecárdenas, las calles de Lisboa siguiendo los pasos de Pessoa, la relectura de libros, los ecos del asesinato del niño Gabriel, las idas y venidas por un paisaje que conoce bien, entre el Cabo y Las Negras. El narrador reflexiona sobre la escritora mientras se pregunta si esa búsqueda arroja alguna luz sobre sí mismo, sobre el paso del tiempo o sobre la extrañeza que le invade cuando mira a su alrededor.

Por su parte, el lector sigue los pasos del narrador. Si este busca los libros para conocerse mejor o examina las huellas de Pessoa mientras indaga sobre su yo escindido o sobre el sentido de la vida rutinaria, el lector se siente animado a hacer exactamente lo mismo en estas páginas. A su vez, el lector y el narrador experimentan una extraña atracción por ese paisaje solitario, inmutable, casi inhumano, que obliga a volver la vista hacia uno mismo mientras los ojos buscan un sentido en lo que recorren perplejos. Contar el día a día del narrador es una buena forma de no perderse en un soliloquio estéril, de ordenar la experiencia. Atrapa, sin duda, al lector que siente alguna de las dudas y emociones que hemos señalado. Y a ello contribuye decisivamente la madurez que se observa en este último libro de Miguel Ángel Muñoz. Ningún párrafo sobra o falta. Ninguna estridencia, nada chirría, solo queda esa aparente sencillez tan difícil de lograr.

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