Sin premios

Tras el bullanguero día de ayer, despertar con la hora cambiada me ha dejado una sensación vaga, cercana al vértigoLa honradez, la prudencia, la humildad y la sinceridad no llevan ningún tipo de gratificación

Algo falló en el traspaso. Cuando se vertió el sentido de la moralidad judeocristiana a nuestro mundo laico occidental hubo algo que se pasó por alto. Contábamos, entonces, con la moral platónica y agustiniana, y con la cultura grecolatina. Ese sumun de valores se condujo a las declaraciones de derechos humanos y algunas constituciones vigentes aceptando el mismo sentido de la justicia y de la igualdad, amen de evacuar el concepto de lo divino. Muy en el fondo, desde entonces, nuestra moral es la misma a excepción de ciertos cambios basados en mejoras sobre el concepto de naturaleza humana y de la razón. Por eso cuando hacemos alguna acción siempre caemos en el sentido de culpa y nos creemos merecedores de algún castigo. Tenemos todavía muy arraigados la idea del pecado como mortificación o penitencia, solo que ahora lo llamamos delito y pensamos que podemos expiarnos con una sanción. La estructura moral es la misma. Al menos eso diría Nietzsche al invitarnos a nihilizarnos. No obstante, y como dije antes, algo se pasó por alto en ese traspaso a lo laico. En nuestro occidente si bien si se sigue castigando infringir las normas, para nada se premia el cumplirlas. No hay ningún tipo de compensación por la pulcritud moral, legal, respecto a las conductas sociales positivas. No existe gratificación por la buena conducta ni por la colaboración con lo referente al bien común. Sin embargo en el sistema mayoritariamente religioso donde nos movíamos antes, salvando las hipocresías e indulgencias, si se reconocía el buen hacer y la corrección moral. Esta se gratificaba moralmente y se tomaba en cuenta a la hora de las gestiones sociales. Ser prudente, honrado y honorable, se tomaba en consideración para acceder a un puesto de trabajo, por ejemplo. Pero en el traspaso de lo religioso a lo laico esto parece que se ha perdido. Tanto es así que no hay gratificaciones por productividad en la mayoría de las empresas, no hay ayudas fiscales por la ausencia de faltas o delitos, y no se dan beneficios sociales tangibles al voluntariado. La honradez, la prudencia, la honestidad, la humildad y la sinceridad no tienen ningún valor dentro del neoliberalismo. Y esto es muy triste. Con esto no estoy defendiendo la vuelta a la religiosidad, palabra de agnóstico; sincréticamente, creo, que tendríamos que haber copiado eso también de la moral anterior. Puestos a copiar¡

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