Utopías posibles

La presión del grupo

Fernando no levanta la vista de su mesa. Nunca participa en clase. No opina. Es como si no estuviera

Fernando no levanta la vista de su mesa. Nunca participa en clase. No opina. Es como si no estuviera. Cuando entro al aula, al dar los buenos días, nadie responde. Hay una niña, Delia (nombre ficticio, como todos) a la que todavía no he escuchado la voz. El resto del grupo de niñas escriben, hacen como que atienden, o directamente duermen. Su cuerpo está físicamente allí. Sus ojos abiertos, me miran. Su mente está en otra parte, seguramente mucho más maravillosa que la realidad que les rodea. Pedro parece que tiene cierto interés en aprender y en aprobar, pero tampoco habla con nadie. Conmigo, tampoco. Y luego está el grupo de Manuel, que interviene constantemente. Es irrespetuoso, tiene un punto agresivo y una manera bastante grosera de dirigirse a sus compañeros y compañeras, también al profesorado. Daniel está todo el tiempo metiéndose con Fernando, al que hace la vida imposible. Se apoya en su buen amigo Francisco. Daniel y Francisco tienen una situación personal que daría para escribir varias novelas, una imagen de sí mismos muy negativa y tienen asumido el rol de "malotes". Les siguen incondicionalmente, riendo sus gracias, otros cuatro compañeros.

La situación de apatía ha llegado a ser tan insoportable, que últimamente estoy empeñado en que saluden, sean agradables, hablen conmigo mínimamente sobre cómo les ha ido el fin de semana o de lo que les apetezca. No lo hacen, ninguno de ellos. Pareciera que no hay vida, en esa clase. A veces me enfado con ellos, de pura desesperación.

Hoy han venido solo seis personas, concretamente Fernando y el grupo de niñas. Nada más entrar a clase, me han saludado, sonrientes, una niña me ha dicho que conozco personalmente a su padre. Fernando no dejaba de gastar bromas. Delia me ha hablado en varias ocasiones, mostrándose muy contenta porque ha aprobado el trimestre. Han hablado sobre cómo se sienten ante la pandemia, sobre la navidad, y me han pedido si el lunes podemos cantar villancicos.

Son un grupo sometido al dictado de unos pocos. Han perdido la batalla. Sin la presión de los malotes, son educados, interesados, ilusionados y muy agradables. Están pidiendo ayuda. Necesitan que les defendamos, y lo haremos, siempre con la puerta abierta a atender las necesidades todos, incluso los malotes. Siempre abiertos a dar segundas y terceras oportunidades, pero dejando claro que no se pueden traspasar ciertas líneas rojas.

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