La primavera

Aunque ya sé que tú no te lo crees, yo sí que pienso que con la primavera se adormecen en cierta forma las ganas de vivir

Aunque ya sé que tú no te lo crees, yo sí que pienso que con la primavera se adormecen en cierta forma las ganas de vivir. Llámale astenia primaveral o simplemente modorra, pero lo cierto es que el incipiente decaimiento que noto no puede ser debido a otra causa que no sea la dichosa primavera que viene cargada de polen y gramíneas y todas esas cosas insanas para gente de pituitaria sensible como la mía. Aquí me tienes, adentrándome en la tarde nublada y ventosa de un abril atípico, tumbado en la cama, con la cabeza recostada sobre los mullidos almohadones que compramos en aquellos grandes almacenes, plegado frente a mi desgana, con el cuerpo entumecido por un frío húmedo que se me cala hasta lo más hondo de la espalda, pensando si esta vez el que se va a saltar la clase voy a ser yo. Y eso estaría bien, pero no puede ser más que la dichosa primavera. Espanto la idea y bajo al garaje en ascensor, aunque en el trayecto no hago otra cosa más que renegar. Y encima no he podido coger la moto para que me dé el aire en la cara. Reconozco que eso hubiera ayudado, pero no ha sido posible. A través de los cristales del coche veo cómo el viento esparce por las aceras las primeras flores, cómo se deshojan los maceteros en un torbellino de pétalos que flotan en un estudiado desgaire. Sin proponérmelo, porque sino alguien ya se atrevería a echármelo en cara, atropello unos cuantos insectos. Lo cierto es que me estremece ver sus pequeños cuerpos estampados contra las lunas transparentes del coche, pero poco puedo hacer yo para evitarlo. Sin duda es la primavera la que los ha puesto delante de mí. Como siempre que me dejan sitio, aparco junto a la espigada palmera de la playa. Al entrar al edificio me doy cuenta de que reina en los aularios una sobriedad hospitalaria, fachada de ladrillo y paredes lisas que se pierden en largos corredores, y eso aún me causa más desasosiego, si ello es posible. Desde abajo, en el arranque de las escaleras, con un pie ya encaramado en el primer escalón y sujeto al pasamanos, pienso en dar la vuelta y echar a correr, pero a los alumnos les da por saludarme. Así que subo y entro en clase, abro mi sobada ley concursal, saludo y me lanzo a hablar. Breve tratado sobre la insolvencia, les digo, pero nadie responde, solo me miran y callan. Creo que a ellos también les afecta la puñetera primavera. Sí, seguro que es eso. La primavera.

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